jueves, 5 de febrero de 2015

Réquiem por la Empatía

A menudo las personas sienten la necesidad de ayudar a otros, aunque en ocasiones ni siquiera conozcan a la persona que están ayudando. Muchas veces nos ocurre ésto y no nos paramos a pensar cuál puede ser el origen de esa necesidad o voluntad que nos mueve hacia el altruismo, o al menos lo que parece serlo. La empatía es un término que suele emplearse cada vez con mayor asiduidad para expresar la capacidad que tenemos para comprender a otras personas en un momento de dolor, tristeza o desesperación. La empatía nos ayuda a dejar, por un momento, nuestra burbuja de egoísmo e individualismo; para poder sentir lo que la persona que tenemos delante pueda estar sintiendo. A priori podría considerarse que esta capacidad es una ventaja y una cualidad en la personalidad de alguien. Lo que ocurre en realidad es que la empatía puede llegar a convertirse en nuestro punto más débil; puede hacernos vulnerables y volverse un obstáculo para sobrevivir en el mundo que actualmente habitamos. Hoy en día ya no hay lugar para la empatía ni el altruismo, nos conducen constantemente a llevar una lucha permanente para abrirnos un hueco en la sociedad. Nos educan desde la infancia a ser competitivos; a buscar colocarnos por encima de nuestro compañero de pupitre académicamente. En el deporte vemos como se persigue siempre el éxito personal, incluso en los deportes o juegos de equipo lo que normalmente importa (aunque se diga en un nivel de lenguaje subliminal) es quién consigue más puntos, quién marca más goles y en definitiva se nos prepara para un mundo en el que es conditio sine qua non buscar nuestro éxito personal aunque sea a costa de los demás. Además de ésto, vemos como constantemente se nos bombardea en la televisión, la radio y los periódicos con noticias e imágenes de atrocidades que están sucediendo en otras partes del mundo o incluso en nuestro propio país. Pueblos enteros que son arrasados por grupos paramilitares de facciones religiosas extremistas en África, bombardeos incesantes sobre población civil en Palestina por un país "amigo" al que no les rendimos ningún tipo de cuentas. Y todo ello lo contemplamos desde la posición cómoda y protegida de nuestros salones a la hora del almuerzo. En algunos casos estas noticias producen cierta conmoción, que nos lleva a soltar algún tipo de comentario ante lo "sobrecogedor" del asunto. Pero, en otros casos, vemos como nos circula la información por delante de nuestros ojos y a través de nuestros oídos sin que altere ni tan siquiera nuestro semblanteM mientras masticamos un trozo de carne con la mirada perdida en un punto fijo del televisor. Pero es que la muerte agónica de la empatía no solo se puede observar a través de las pantallas en nuestros hogares; sino que asistimos diariamente al gran teatro de la vida cuando salimos a la calle y nos cruzamos, a nuestro paso hacia el supermercado, con una persona sentada en el suelo con aspecto claramente descuidado, portando casi siempre un cartel que eludimos; sin preguntarnos porqué lo hacemos. Y si resulta que sí lo miramos, pues nos mueve la curiosidad de saber que le lleva a pedir en la calle, muchas de las veces jugamos a un juego sutil en el que empleamos miradas de soslayo. Permitiéndonos descubrir lo que reza el cartel sin que los demás, incluido el propio mendigo, sean concientes de que estamos leyéndolo. Pero iría más allá, diría que incluso queremos hacerlo de forma que ni tan siquiera nosotros mismos seamos concientes de que lo estamos haciendo. Es aquí donde se esconde el misterioso origen del "altruismo" en la sociedad. Como sabemos, el altruismo teóricamente se trata de llevar a cabo algo en beneficio de otras personas sin que por ello recibas nada a cambio. Pues bien, el altruismo es otra cosa bien distinta en la práctica y se puede resumir en esa mirada de soslayo a la puerta del Mercadona. Tenemos en nuestro interior una parte de nosotros mismos que, aunque se neutralice durante nuestro proceso de madurez, sigue estando presente en fase de hibernación. Estoy hablando de la empatia o el sentimiento de culpabilidad, como me gusta llamarlo a mi. Esta culpabilidad atormenta nuestra conciencia en algunas ocasiones cuando estamos disfrutando de las ventajas de ser un superviviente de esta sociedad. Cuando vamos a entrar a ese supermercado estamos a punto de disfrutar de esa ventaja, que nos permite comprar comida e incluso muchas veces algún capricho. Y si nuestra mente no está "en paz" vamos a sentirnos incómodos. Ahí es donde está la culpabilidad, y esa persona sentada en la acera a la espera de un gesto altruista sabe que tú sentirás esa culpabilidad; y juega con ello siendo un superviviente a su manera. A niveles más altos de riqueza y ostentación de poder, las personas viven con un nivel de vida y de privilegios que en ocasiones mueve sus conciencias aburridas de una vida de placeres y comodidades. Éstos son los orígenes de las organizaciones sin ánimo de lucro y de las fundaciones. Aunque como leía una vez en un ensayo sobre el comportamiento de la clase alta incluso estas expresinoes altruistas están manchadas por la naturaleza depredadora de los miembros de esta clase social. Es la forma que tienen los poderosos de decirle a sus iguales "tengo tanto dinero que puedo permitirme dar todo este dinero". Además les granjea beneficios en la imagen que proyectan hacia el resto de la sociedad. Por ello, no pued más que decir que la empatía está en vías de extinción y el ser humano va camino de su propia destrucción; pues se empeñan tanto en mantener su estatus de confort que obvian todo lo que se desmorona a su alrededor. Sin entender que la única forma de lograr que él mismo y sus hijos puedan asegurarse el mantenimiento de ese estatus es participando en la lucha para sostener el de los demás. Ésta es la principal causa del fracaso del experimento democrático en España; y es culpa de una educación individualista. Nuestra única salvación está en recolocar las piezas de este ajedrez y asegurarnos de que nuestros hijos se moldeen en un sistema educativo que no les premie por ser el primero de la clase; que no les diga que los problemas de Próximo Oriente no nos afectan ni podemos cambiarlos, ni que les hagan creer que la política es cosa de una raza diferente de hombres y mujeres fríos e impersonales; sino que todos formamos parte de ella. Que la empatía no nos sobrecoja fugazmente cada tarde durante el telediario, sino que marque nuestro día a día emprendiendo acciones pequeñas desde las posibilidades de cada uno para cambiar la realidad que nos rodea. Y, así, nos estaremos salvando a nosotros mismos.

martes, 3 de febrero de 2015

La identidad sexual

No siempre se ha asociado la expresión sexual que se aleje del molde heterosexual y monógamo con algo poco común o fuera de las reglas de lo políticamente correcto. En las culturas de la Antigüedad, la sexualidad estaba muy presente en la sociedad en todas sus manifestaciones y asumida con naturalidad; libre de cualquier tipo de prejuicio. En estas culturas como por ejemplo la Romana, que es la más reconocible y fácil de extrapolarnos a ella; las relaciones sexuales constituían una parte fundamental y cotidiana de las vidas de sus ciudadanos. Tanto es así, que además de en la intimidad de las domus de cada cual, era corriente que se encontrasen incluso en festividades o celebraciones religiosas; como en las que se veneraba a un Dios con un apetito sexual insaciable; asociado a la imagen de un fauno en la mitología Romana y denominado "Pan" en la Griega. Pero, además de ésto, nos podíamos encontrar con auténticas bacanales romanas que contenían todo tipo de actividades. Desde comidas grandiosas, música o recitales, a auténticas orgías; en las que sus invitados daban rienda suelta a sus instintos más primarios. Aquí es cuando quiero llegar al núcleo del tema a abordar en este escrito, en este aparente "desmadre" y libertinaje nos encontramos con algo que, en nuestro mundo tal cual hoy lo concebimos ( o por lo menos hasta hace bien poco), es completamente extraño. Entre los encuentros sexuales que en estas fiestas se celebraban, existían muy usualmente encuentros entre personas de un mismo sexo. Estas personas de ninguna forma se definían a si mismas como homosexuales, ni tampoco como bisexuales; simplemente tenían una absoluta libertad de expresión sexual. Es entonces cuando comenzamos a cuestionarnos porqué, si desde entonces tenían tan asumida con naturalidad que las relaciones sexuales no pueden ajustarse a los moldes que mencionaba al inicio de este escrito, nos ha costado tanto e incluso hoy nos cuesta deshacernos de los prejucios y tabúes asociados a la sexualidad. La razón, seguramente, todos ya la tengan en mente; y está asociada al atraso y letargo del avance de la humanidad en muchos ámbitos tanto culturaes como científicos. Estamos hablando de la gran Era de la cristiandad. El mundo occidental vivió un cambio trascendental, que ya se venía gestando desde los últimos tiempos del Imperio Romano y que, con la caída del mismo, dio lugar al surgimiento de una sociedad, en prácticamente toda Europa, sumida bajo el yugo de la dogmática religión cristiana. Su poder iba más allá del religioso; estaba presente en la política y la educación. Todo pasaba por el control y filtro de una estructura religiosa que reprimió cualquier expresión que su jerarquía considerase "poco cristiana", o que atentara contra la "voluntad de Dios". Esa supuesta voluntad divina nos contaba, a través de un conjunto de parábolas y palabras recogidas de un emisario de Dios, cómo debíamos comportarnos, relacionarnos con los demás, pensar y en definitiva vivir. Entre las cosas que pasaron por el influjo de esta Era se encontraba la sexualidad. Todo lo relacionado con ella se convirtió en algo más que un tabú; ahora comenzamos a vivir como se imponía la idea de que solo se podía concebir las relaciones entre un hombre y una mujer, y cualquier relación extramatrimonial era condenada tanto por la divinidad como por las autoridades políticas (aunque en la práctica ésto era incontrolable). Incluso iban más allá, y el propio "placer" era reprimido y concebido como un pecado. La mujer no podía mostrar bajo ninguna circunstancia que disfrutaba del acto sexual; pues su sentido único era el de procrear y traer al mundo descendencia. Por supuesto las relaciones homosexuales se comenzaron a considerar contranatura y generaban rechazo o incluso odio cualquier expresión sexual de este tipo. Con el paso de los siglos ésto se mantuvo en las bases de la moralidad y los patrones de conducta de la sociedad. Pero, como era previsible, en la intimidad y fuera del alcance de los ojos inquisitores estas prácticas continuaron existiendo. En la actualidad, aunque hemos conseguido despojarnos de muchos de los prejuicios y dogmas impuestos por la jerarquía religiosa, o podemos deshacer siglos de establecimiento de unos pensamientos y sobretodo de unos tabúes. Estamos viviendo, posiblementem una revolución en cuanto a libertad de expresión sexual; que se puede palpar en las calles, en la televisión e incluso en los propios hogares. En los que alguno de sus miembros asume y declara su condición homosexual o bisexual. La peor lacra contra la que actualmente debemos luchar y nos enfrentamos diariamente en la sociedad es la asociación de homosexualidad o bisexualidad con libertinaje; es la visión de las personas con esta identidad sexual como promiscuos, sin ningún tipo de moralidad o seriedad. Los que no tienen madurez ni seriedad son aquellos que están cargados de prejuicios y miedos; pues todo se basa en el miedo a lo que desconocen o se aleja de lo que les han enseñado durante años. Pero, en realidad, no dejan de ser víctimas de siglos de represión cultural. Por eso, en cierta manera las personas que fueron pioneras en asumir su homosexualidad actuaron con rebeldía; liberandose de la presión de tener que esconder una parte de ellos mismos. Ésto los llevaba muchas veces a actuar de forma promiscua; aunque tampoco debería ser juzgado, pero que no deja de ser un acto de rebeldía. Existe una realidad, más usual de lo que muchos somos capaces de asumir, personas que se declaran completamente heterosexuales y que incluso se sienten realmente como heterosexuales pero a lo largo de sus vidas viven episodios en los cuales experimentan momentos puntuales de homosexualidad. Y ésto ocurre con más frecuencia de la que podemos imaginar; mas casi nunca es asumido por dichas personas ya que lo esconden presionados por los convencionalismos sociales. En el caso contrario, nos encontramos con personas que se sienten homosexuales pero están tan influidos por los dogmas, impuestos por la religión y arraigados posteriormente en la cultura social, que viven toda la vida (o prácticamente toda ella) negándolo. A lo largo de la Historia en ciertos contextos como son las guerras, o cuando las personas se encuentran en condiciones atípicas como es la carcel, se observa como muchas personas vievn experiencias homosexuales. Que van más allá de la propia mentalidad de la persona; responde a algo más básico y primario que son los instintos. Las respuestas biológicas (hormonales) nos inducen en estas circunstancias a saciar estos apetitos, que son heredados de nuestra condición animal. Ésto es así tanto en el mundo de los humanos como, obviamente, en el de los animales. En la vida de la gran mayoría de especies animales son usuales las relaciones sexuales entre machos; desmontando la teoría de que los animales solo tienen relaciones para procrear. Aquí se esconde la clave de mi idea; pues considero que es la base más firme para sostener que la heterosexualidad es única y exclusivamente producto de la sociedad. Somos, en definitiva, bisexuales por naturaleza pero reprimimos inconscientemente bajo el influjo de nuestra condición animal social, una parte de nuestra sexualidad.