jueves, 5 de febrero de 2015

Réquiem por la Empatía

A menudo las personas sienten la necesidad de ayudar a otros, aunque en ocasiones ni siquiera conozcan a la persona que están ayudando. Muchas veces nos ocurre ésto y no nos paramos a pensar cuál puede ser el origen de esa necesidad o voluntad que nos mueve hacia el altruismo, o al menos lo que parece serlo. La empatía es un término que suele emplearse cada vez con mayor asiduidad para expresar la capacidad que tenemos para comprender a otras personas en un momento de dolor, tristeza o desesperación. La empatía nos ayuda a dejar, por un momento, nuestra burbuja de egoísmo e individualismo; para poder sentir lo que la persona que tenemos delante pueda estar sintiendo. A priori podría considerarse que esta capacidad es una ventaja y una cualidad en la personalidad de alguien. Lo que ocurre en realidad es que la empatía puede llegar a convertirse en nuestro punto más débil; puede hacernos vulnerables y volverse un obstáculo para sobrevivir en el mundo que actualmente habitamos. Hoy en día ya no hay lugar para la empatía ni el altruismo, nos conducen constantemente a llevar una lucha permanente para abrirnos un hueco en la sociedad. Nos educan desde la infancia a ser competitivos; a buscar colocarnos por encima de nuestro compañero de pupitre académicamente. En el deporte vemos como se persigue siempre el éxito personal, incluso en los deportes o juegos de equipo lo que normalmente importa (aunque se diga en un nivel de lenguaje subliminal) es quién consigue más puntos, quién marca más goles y en definitiva se nos prepara para un mundo en el que es conditio sine qua non buscar nuestro éxito personal aunque sea a costa de los demás. Además de ésto, vemos como constantemente se nos bombardea en la televisión, la radio y los periódicos con noticias e imágenes de atrocidades que están sucediendo en otras partes del mundo o incluso en nuestro propio país. Pueblos enteros que son arrasados por grupos paramilitares de facciones religiosas extremistas en África, bombardeos incesantes sobre población civil en Palestina por un país "amigo" al que no les rendimos ningún tipo de cuentas. Y todo ello lo contemplamos desde la posición cómoda y protegida de nuestros salones a la hora del almuerzo. En algunos casos estas noticias producen cierta conmoción, que nos lleva a soltar algún tipo de comentario ante lo "sobrecogedor" del asunto. Pero, en otros casos, vemos como nos circula la información por delante de nuestros ojos y a través de nuestros oídos sin que altere ni tan siquiera nuestro semblanteM mientras masticamos un trozo de carne con la mirada perdida en un punto fijo del televisor. Pero es que la muerte agónica de la empatía no solo se puede observar a través de las pantallas en nuestros hogares; sino que asistimos diariamente al gran teatro de la vida cuando salimos a la calle y nos cruzamos, a nuestro paso hacia el supermercado, con una persona sentada en el suelo con aspecto claramente descuidado, portando casi siempre un cartel que eludimos; sin preguntarnos porqué lo hacemos. Y si resulta que sí lo miramos, pues nos mueve la curiosidad de saber que le lleva a pedir en la calle, muchas de las veces jugamos a un juego sutil en el que empleamos miradas de soslayo. Permitiéndonos descubrir lo que reza el cartel sin que los demás, incluido el propio mendigo, sean concientes de que estamos leyéndolo. Pero iría más allá, diría que incluso queremos hacerlo de forma que ni tan siquiera nosotros mismos seamos concientes de que lo estamos haciendo. Es aquí donde se esconde el misterioso origen del "altruismo" en la sociedad. Como sabemos, el altruismo teóricamente se trata de llevar a cabo algo en beneficio de otras personas sin que por ello recibas nada a cambio. Pues bien, el altruismo es otra cosa bien distinta en la práctica y se puede resumir en esa mirada de soslayo a la puerta del Mercadona. Tenemos en nuestro interior una parte de nosotros mismos que, aunque se neutralice durante nuestro proceso de madurez, sigue estando presente en fase de hibernación. Estoy hablando de la empatia o el sentimiento de culpabilidad, como me gusta llamarlo a mi. Esta culpabilidad atormenta nuestra conciencia en algunas ocasiones cuando estamos disfrutando de las ventajas de ser un superviviente de esta sociedad. Cuando vamos a entrar a ese supermercado estamos a punto de disfrutar de esa ventaja, que nos permite comprar comida e incluso muchas veces algún capricho. Y si nuestra mente no está "en paz" vamos a sentirnos incómodos. Ahí es donde está la culpabilidad, y esa persona sentada en la acera a la espera de un gesto altruista sabe que tú sentirás esa culpabilidad; y juega con ello siendo un superviviente a su manera. A niveles más altos de riqueza y ostentación de poder, las personas viven con un nivel de vida y de privilegios que en ocasiones mueve sus conciencias aburridas de una vida de placeres y comodidades. Éstos son los orígenes de las organizaciones sin ánimo de lucro y de las fundaciones. Aunque como leía una vez en un ensayo sobre el comportamiento de la clase alta incluso estas expresinoes altruistas están manchadas por la naturaleza depredadora de los miembros de esta clase social. Es la forma que tienen los poderosos de decirle a sus iguales "tengo tanto dinero que puedo permitirme dar todo este dinero". Además les granjea beneficios en la imagen que proyectan hacia el resto de la sociedad. Por ello, no pued más que decir que la empatía está en vías de extinción y el ser humano va camino de su propia destrucción; pues se empeñan tanto en mantener su estatus de confort que obvian todo lo que se desmorona a su alrededor. Sin entender que la única forma de lograr que él mismo y sus hijos puedan asegurarse el mantenimiento de ese estatus es participando en la lucha para sostener el de los demás. Ésta es la principal causa del fracaso del experimento democrático en España; y es culpa de una educación individualista. Nuestra única salvación está en recolocar las piezas de este ajedrez y asegurarnos de que nuestros hijos se moldeen en un sistema educativo que no les premie por ser el primero de la clase; que no les diga que los problemas de Próximo Oriente no nos afectan ni podemos cambiarlos, ni que les hagan creer que la política es cosa de una raza diferente de hombres y mujeres fríos e impersonales; sino que todos formamos parte de ella. Que la empatía no nos sobrecoja fugazmente cada tarde durante el telediario, sino que marque nuestro día a día emprendiendo acciones pequeñas desde las posibilidades de cada uno para cambiar la realidad que nos rodea. Y, así, nos estaremos salvando a nosotros mismos.

martes, 3 de febrero de 2015

La identidad sexual

No siempre se ha asociado la expresión sexual que se aleje del molde heterosexual y monógamo con algo poco común o fuera de las reglas de lo políticamente correcto. En las culturas de la Antigüedad, la sexualidad estaba muy presente en la sociedad en todas sus manifestaciones y asumida con naturalidad; libre de cualquier tipo de prejuicio. En estas culturas como por ejemplo la Romana, que es la más reconocible y fácil de extrapolarnos a ella; las relaciones sexuales constituían una parte fundamental y cotidiana de las vidas de sus ciudadanos. Tanto es así, que además de en la intimidad de las domus de cada cual, era corriente que se encontrasen incluso en festividades o celebraciones religiosas; como en las que se veneraba a un Dios con un apetito sexual insaciable; asociado a la imagen de un fauno en la mitología Romana y denominado "Pan" en la Griega. Pero, además de ésto, nos podíamos encontrar con auténticas bacanales romanas que contenían todo tipo de actividades. Desde comidas grandiosas, música o recitales, a auténticas orgías; en las que sus invitados daban rienda suelta a sus instintos más primarios. Aquí es cuando quiero llegar al núcleo del tema a abordar en este escrito, en este aparente "desmadre" y libertinaje nos encontramos con algo que, en nuestro mundo tal cual hoy lo concebimos ( o por lo menos hasta hace bien poco), es completamente extraño. Entre los encuentros sexuales que en estas fiestas se celebraban, existían muy usualmente encuentros entre personas de un mismo sexo. Estas personas de ninguna forma se definían a si mismas como homosexuales, ni tampoco como bisexuales; simplemente tenían una absoluta libertad de expresión sexual. Es entonces cuando comenzamos a cuestionarnos porqué, si desde entonces tenían tan asumida con naturalidad que las relaciones sexuales no pueden ajustarse a los moldes que mencionaba al inicio de este escrito, nos ha costado tanto e incluso hoy nos cuesta deshacernos de los prejucios y tabúes asociados a la sexualidad. La razón, seguramente, todos ya la tengan en mente; y está asociada al atraso y letargo del avance de la humanidad en muchos ámbitos tanto culturaes como científicos. Estamos hablando de la gran Era de la cristiandad. El mundo occidental vivió un cambio trascendental, que ya se venía gestando desde los últimos tiempos del Imperio Romano y que, con la caída del mismo, dio lugar al surgimiento de una sociedad, en prácticamente toda Europa, sumida bajo el yugo de la dogmática religión cristiana. Su poder iba más allá del religioso; estaba presente en la política y la educación. Todo pasaba por el control y filtro de una estructura religiosa que reprimió cualquier expresión que su jerarquía considerase "poco cristiana", o que atentara contra la "voluntad de Dios". Esa supuesta voluntad divina nos contaba, a través de un conjunto de parábolas y palabras recogidas de un emisario de Dios, cómo debíamos comportarnos, relacionarnos con los demás, pensar y en definitiva vivir. Entre las cosas que pasaron por el influjo de esta Era se encontraba la sexualidad. Todo lo relacionado con ella se convirtió en algo más que un tabú; ahora comenzamos a vivir como se imponía la idea de que solo se podía concebir las relaciones entre un hombre y una mujer, y cualquier relación extramatrimonial era condenada tanto por la divinidad como por las autoridades políticas (aunque en la práctica ésto era incontrolable). Incluso iban más allá, y el propio "placer" era reprimido y concebido como un pecado. La mujer no podía mostrar bajo ninguna circunstancia que disfrutaba del acto sexual; pues su sentido único era el de procrear y traer al mundo descendencia. Por supuesto las relaciones homosexuales se comenzaron a considerar contranatura y generaban rechazo o incluso odio cualquier expresión sexual de este tipo. Con el paso de los siglos ésto se mantuvo en las bases de la moralidad y los patrones de conducta de la sociedad. Pero, como era previsible, en la intimidad y fuera del alcance de los ojos inquisitores estas prácticas continuaron existiendo. En la actualidad, aunque hemos conseguido despojarnos de muchos de los prejuicios y dogmas impuestos por la jerarquía religiosa, o podemos deshacer siglos de establecimiento de unos pensamientos y sobretodo de unos tabúes. Estamos viviendo, posiblementem una revolución en cuanto a libertad de expresión sexual; que se puede palpar en las calles, en la televisión e incluso en los propios hogares. En los que alguno de sus miembros asume y declara su condición homosexual o bisexual. La peor lacra contra la que actualmente debemos luchar y nos enfrentamos diariamente en la sociedad es la asociación de homosexualidad o bisexualidad con libertinaje; es la visión de las personas con esta identidad sexual como promiscuos, sin ningún tipo de moralidad o seriedad. Los que no tienen madurez ni seriedad son aquellos que están cargados de prejuicios y miedos; pues todo se basa en el miedo a lo que desconocen o se aleja de lo que les han enseñado durante años. Pero, en realidad, no dejan de ser víctimas de siglos de represión cultural. Por eso, en cierta manera las personas que fueron pioneras en asumir su homosexualidad actuaron con rebeldía; liberandose de la presión de tener que esconder una parte de ellos mismos. Ésto los llevaba muchas veces a actuar de forma promiscua; aunque tampoco debería ser juzgado, pero que no deja de ser un acto de rebeldía. Existe una realidad, más usual de lo que muchos somos capaces de asumir, personas que se declaran completamente heterosexuales y que incluso se sienten realmente como heterosexuales pero a lo largo de sus vidas viven episodios en los cuales experimentan momentos puntuales de homosexualidad. Y ésto ocurre con más frecuencia de la que podemos imaginar; mas casi nunca es asumido por dichas personas ya que lo esconden presionados por los convencionalismos sociales. En el caso contrario, nos encontramos con personas que se sienten homosexuales pero están tan influidos por los dogmas, impuestos por la religión y arraigados posteriormente en la cultura social, que viven toda la vida (o prácticamente toda ella) negándolo. A lo largo de la Historia en ciertos contextos como son las guerras, o cuando las personas se encuentran en condiciones atípicas como es la carcel, se observa como muchas personas vievn experiencias homosexuales. Que van más allá de la propia mentalidad de la persona; responde a algo más básico y primario que son los instintos. Las respuestas biológicas (hormonales) nos inducen en estas circunstancias a saciar estos apetitos, que son heredados de nuestra condición animal. Ésto es así tanto en el mundo de los humanos como, obviamente, en el de los animales. En la vida de la gran mayoría de especies animales son usuales las relaciones sexuales entre machos; desmontando la teoría de que los animales solo tienen relaciones para procrear. Aquí se esconde la clave de mi idea; pues considero que es la base más firme para sostener que la heterosexualidad es única y exclusivamente producto de la sociedad. Somos, en definitiva, bisexuales por naturaleza pero reprimimos inconscientemente bajo el influjo de nuestra condición animal social, una parte de nuestra sexualidad.

viernes, 30 de enero de 2015

El ideal de belleza

Desde los primeros años de vida de una persona, y sobretodo de una mujer, somos preparados para un mundo en el que se establecen unos canon de belleza de los cuales parte nuestra catalogación hacia los demás y hacia nosotros mismos como "guapos" o "feos". Esto sucede muchas veces de forma casi subliminal; discreta, sutil.
No somos muchas veces nosotros mismos o nuestros padres conscientes que estamos asistiendo al adiestramiento de nuestros hijos para que se fijen en una chica que lleve el pelo largo y cuidado, que tenga los ojos claros o tenga una figura esbelta. Tampoco nos damos cuenta, pero condicionamos a nuestras hijas para que estén muy pendientes de su propia imagen física; y les enseñamos a cuidar esa misma imagen al comprarles "sets de maquillajes", muñecas a las cuales se les puede peinar o cambiar la ropa que lleven.

Todo ésto lo absorben las niñas y las prepara para un mundo en el que van a ser juzgadas por su aspecto físico continuamente. Pero hay algo que debemos tener en cuenta; la idea de belleza no ha sido nunca estática o inmutable. Esta idea de belleza ha variado con el paso del tiempo, y la evolución de las sociedades. Al igual que no es concebida en un mismo contexto temporal de la misma forma en distintas culturas o lugares. Y esto es importante tenerlo presente para entender lo superflua y carente de importancia que es la idea de belleza.

Cuando en la Antigüedad se observaba a una mujer con una constitución gruesa; de prominentes senos y anchas caderas, inmediatamente era catalogada como una mujer atractiva. Ésto era así porque se relacionaban estas características físicas con indicadores de feminidad y fertilidad. Actualmente, como podemos apreciar en las revistas de moda, los concursos de belleza o en nuestra propia vida diaria no se corresponde con la realidad que vivimos. La delgadez, la altura, los ojos claros o los labios gruesos son ahora algunos de los aspectos que destacan y atraen en una mujer.

Todo está influenciado por la forma en que evoluciona la sociedad; por cómo influye la opinión o los cánones que establecen las personas o los medios con poder para tener ese tipo de influencia en la sociedad. Estamos continuamente siendo manipulados por dichos grupos de influencia para que nos vistamos de una forma determinada, nos peinemos de otra o nos fijemos en aquel o aquella chica antes que en otro u otra. Otra cuestión de gran importancia para mí, que observo constantemente en mi vida o en el mundo que puedo ver a través de los medios de comunicación es el hecho de que la mujer, en este juego, no ocupa una posición igual a la del hombre. Ésto es así porque las mujeres en este mundo, como dije antes, están siendo juzgadas constantemente por su apariencia física. Y cargan sobre ella mucha más presión de la que, asumámoslo, puede llegar a soportar un hombre.

Pero esto tiene su lado positivo también; pues la belleza femenina es considerablemente más admirada y reconocida que la del hombre incluso entre las mismas mujeres. Lo cual no deja de ser un arma de doble filo. Es observable como, al igual que es valorada, la mujer está siendo juzgada por su forma de vestir o por sus características físicas constantemente por otras mujeres. Incluso me aventuraría a decir que la gran mayoría de las veces en las que se la juzga ha sido otra mujer la que ha tenido una actitud inquisitiva contra ella. Esto es algo que me resulta indignante y triste.

La mujer ha buscado en los últimos años lograr su independencia y autorrealización personal fuera de la tutela o la infravaloración de los hombres; sin darse cuenta que su mayor enemigo es ella misma. Los miedos, inseguridades, recelos y prejuicios cargan como una pesada losa sobre la espalda de la mujer, y la impide avanzar en la consecución y logro de su meta; su verdadera liberación. Un ejemplo es el mundo laboral; donde, increíblemente, todavía se antepone el aspecto físico de la empleada a la hora de ser contratada en determinados puestos de trabajo. Sus logros o fracasos en este mundo están influidos por su aspecto en una proporción absolutamente superior que en el caso del hombre. Sobre este punto, he podido observar otra tendencia que peligrosamente se está volviendo cada vez más cotidiana en el mundo empresarial. Muchas veces, cuando he trabajado o he estado en un negocio que es dirigido por una pareja o en la que la mujer del dueño tiene presencia directa o indirectamente la influencia de su opinión se plasma en la elección de las mujeres que trabajan allí. Aunque parezca algo extraño, a priori, las chicas contratadas no suelen ser atractivas. Trás reflexionarlo y observarlo en diferentes ocasiones he llegado a la conclusión de que este patrón de elección atiende a la inseguridad y recelo de la dueña o esposa del dueño; que considera una amenaza contratar a una chica atractiva. Considero que ésto es una lacra contra la que debemos luchar. Y me hace replantearme si verdaderamente las mujeres que más sufren los ideales de belleza, o los prejuicios son las "poco agraciadas". O si, por el contrario, lo son las más atractivas. Que sufren el hecho de ser valoradas por su físico y eso nuble o anule sus demás cualidades. Pero mucho más triste e indignante me resulta cuando las personas están tan influenciadas por los parámetros de belleza que se niegan a aceptar cuando se sienten atraídos por una persona que se salga de los parámetros socialmente aceptados; o que, si se dejan llevar, mantengan oculta su relación por el miedo a ser juzgados por los demás. No nos sintamos cohibidos porque consideremos que no nos encontramos dentro de lo que se encuadra como idea de belleza.

Debemos adquirir confianza y seguridad en nosotros mismos; aceptar nuestros defectos sin ocultarlos, pues querer ocultarlos sólo provoca que se hagan más visibles. Debemos potenciar aquello que nos guste de nosotros mismos y no darle la espalda a nuestro reflejo cada mañana al encontrarnos frente al espejo. Porque el secreto de la belleza está en la actitud; nuestra actitud puede ser el mayor de nuestros atractivos o el peor de nuestros enemigos. Y sobretodo, no confundamos la idea de mostrarnos atractivos con la de vestirnos de forma que, como suele decirse, dejemos poco espacio a la imaginación. La gran mayoría confunde enseñar más con ser más atractivo; y la sutileza, la erótica, se pierde en el camino.

jueves, 29 de enero de 2015

La Música

La música es algo que existe prácticamente desde los orígenes de la humanidad; incluso voy más allá: la música existe desde que el mundo comenzó a existir. Para mí, la música no es algo que esté en nuestro mundo como un mero entretenimiento o distracción más. La música es algo que está en todas y cada una de las cosas que hacemos y vivimos. Esto puede sonar, visto desde fuera, como una frase trascendente y etérea para adornar lo que escribo; pero lo que significa la música es mucho más de lo que normalmente somos conscientes. Todos coincidimos en que la música es un arte; y como tal, es creado por la inspiración, imaginación y creatividad del artista que lo compone. Incluso en la persona que lo interpreta, sin haberla compuesto o escrito ella misma. Desde los orígenes de la civilización hasta la actualidad la música ha sido un medio por el cual las personas y los grupos sociales nos hemos expresado; nos hemos liberado de aquello que está en nuestro interior y que no sabemos expresar mediante las palabras únicamente. Si bien es cierto la música, al igual que sucede con todas las demás variantes de las artes, no son del todo libres ni puras. Puesto que la pureza e originalidad de cada creación artística está completa y absolutamente influenciada por su contexto cultural, histórico y social. Un música del siglo XVII no va a crear una misma obra si su contexto de forjación como artista hubiese sido otro. Como por ejemplo los años de posguerra en el siglo XX. Tampoco es lo mismo haberla creado en Europa, en Estados Unidos o China. Lo que quiero decir con esto es que todos los artistas, bajo mi visión, tienen un lenguaje diferente dependiendo de las circunstancias que le rodeen en el proceso creativo. Pero independientemente de ello, un verdadero artista va a usar ese lenguaje para expresar lo que su alma trata de decir al mundo, o incluso a sí mismo. Lo que ocurre con todas las artes, y esta no se escapa, es que son víctimas muchas veces de la necesidad de generar una creación que se asegure su hueco en el mundo comercial. Siendo de esta forma recibida, la creación, con gran aceptación por la mayoría de la misma. Aquí es cuando se destruye la idea misma del arte; cuando se subordina una creación a la comercialización. Hoy en día, tristemente, estamos asistiendo a una expansión de este mal en todo el mundo artístico. Las canciones ya no se generan en procesos creativos "libres", ofreciéndose al mundo tal cual nació. Ahora nos encontramos con que todo un equipo, dentro de los sellos discográficos, manipula y reconstruye las canciones de forma que su éxito a nivel comercial quede asegurado. La fórmula consiste en una base repetitiva y superlativa junto con una letra prácticamente sin ningún tipo de profundidad y un estribillo pegadizo. Todo esto es lo que se busca y se produce; como en una cadena de montaje, para que nosotros lo consumamos. Muchas personas al leer esto se ofenderán, y a su mente vendrá una lista de artistas que no se ajustan a esta idea. A ellos les digo; tienen razón, pero son solo rebeldes, solitarios, revolucionarios. La música debe dejar de una vez por todas de estar supeditada a la idea de que un día debe llegar a obtener grandes beneficios. La música debe seguir siendo libre y ser sentida. Porque esaes la única forma en la que el arte puede expresarse. Cuando tú presencias la interpretación de una obra que ha sido verdaderamente sentida por el artista es cuando tú también eres capaz de sentirla. Y la música se puede sentir y vivir en todos y cada uno de los momentos que vivimos. Incluso en los momentos más cotidianos de nuestra vida, si nos ponemos los auriculares y escuchamos la música correcta, ese momento se convierte en algo trascendental. Todo adquiere otro significado, otro color, cuando está presente. Para mí, debo reconocer que tiene mucha importancia; porque gracias a ella he disfrutado a lo largo de mi vida de momentos, en los cuales, sin ella, no habría podido disfrutar de la misma manera. También ha estado presente en todas las películas que he disfrutado. La manera en que la música puede hacer que una escena, aparentemente normal, estremezca tus sentidos no puede describirse. Pero es justo en esa sincronía perfecta donde se esconde el secreto del arte. La música no solo puede acompañar tu vida, mejorar la experiencia de ver una película o una obra de arte; es incluso capaz de transportarte a lugares y momentos que ya has vivido; haciéndote sentir en ese preciso instante y lugar con la única necesidad de colocar una nota detrás de otra. Puede pasar de hacerte sentir que eres inmortal, y el mundo es un lugar lleno de posibilidades y aventuras, a hacerte reflexionar, sentirte completamente solo y diminuto en el universo. La música puede servir para entretenernos, divertirnos y hacernos sentir bien. Pero que eso no se convierta en la excusa perfecta para asesinar y silenciar el verdadero papel del artista. Porque debemos tener presente que una canción puede ser la causante de una historia de amor; puede dar lugar a una reconciliación o un reencuentro. Puede hacer que un momento se quede guardado en tu memoria por siempre como no hubiese sido posible sin ella. E incluso, la música puede ser la causa por la que se despierte el genio creativo de un poeta, de un director de cine o un escritor. La música es vida, porque en la vida todo es música.

miércoles, 28 de enero de 2015

La maldición de las diosas

Los dioses terminaron de hacerte en el Olimpo, con el objetivo de regalarle al mundo una mujer preciosa, con todas las cualidades y todos los detalles que te hacen perfecta. Pero eras tan bella, que muchos de los hombres comenzaron a adorarte como a una diosa, e incluso algunos dioses peleaban entre si; decidiendo si dejarte permanecer en la tierra o traerte de vuelta al Olimpo. Las diosas, al ver esto, decidieron que no podías seguir siendo perfecta y te maldijeron con una marca que aparecía al antojo de las diosas. Tú no sabías por qué te había pasado, por qué los dioses te habían maldecido con eso. Y cada vez que te salía llorabas y llorabas, y no dejabas que nadie se te acercara. Pero un día, apareció un hombre que nunca antes te había visto, pero que había oído muchas cosas de ti. Le habían dicho que eras perfecta, que habías sido hecha por los dioses, como tributo a los devotos humanos; pero no era conocedor de tu maldición. Fue hasta ti para verte aunque fuera una vez, recorriendo casi todo el mundo conocido solo para verte, y cuando te vio, tú no quisiste que se acercara, porque, desde que te maldijeron, tenías miedo de enamorarte de alguien y que te rechazara al conocer tu maldición; o de que las diosas, envidiosas, despertaran, una vez más, la maldición y alejarlo de ti. Pero él insistió de mil maneras, no se rindió por nada del mundo. Delante de tu puerta. Hasta que te atreviste a verlo, conocerlo. Aunque sentía que ya te amaba, él se enamoró al momento de ti, y tú sentiste algo diferente a lo que habías sentido por otros hombres. Y tal fue tu sorpresa y tu felicidad que te olvidaste de tu maldición. Hasta que un día las diosas contemplaron cuan feliz eras con él y no lo querían permitir. Enviaron sobre ti la maldición y lloraste como nunca; pensabas que lo ibas a perder para siempre, pero aunque él no sabía nada de tu maldición, en cuanto la vio, sonrió y miró al cielo. Tú te quedaste perpleja, no sabías si enfadarte o preguntarle por qué sonreía, pero no hizo falta. Se acercó a ti, te abrazó, tú no podías entender nada de lo que estaba pasando, y le preguntaste: "¿Cómo puedes sonreír y abrazarme después de haberme visto así?". Y él, apartándote el perfecto pelo que tenías, acariciándote tu perfecta piel, mirando tus perfectos ojos y deseando besar tus perfectos labios, dijo: "Me siento feliz porque la envidia de las diosas me ha permitido tenerte a mi lado, pues si no estuvieras marcada por la imperfección humana, ya te hubieran reclamado en el olimpo, y nunca hubieras sido mía”. Las palabras de ese hombre que viajó desde tan lejos solo para verte, y que esperó durante meses, incluso años hasta que le dejaras mirarte, te cambiaron por completo, sentiste que ya no tendrías que preocuparte por nada más, y que debías dar gracias por haber sido marcada, pues de otra forma nunca lo hubieras conocido. Tu amor hacia él creció, y llegó un momento que fue más fuerte que la maldición. Pasó mucho tiempo hasta que volvió a aparecer. Las diosas se dieron cuenta de que no solo te envidiaban porque los dioses te adoraran y te quisieran en el olimpo, sino que se dieron cuenta de que te envidiaban porque tu tenías algo que ellas no podían tener: el amor verdadero y remotamente imposible para los dioses, dos personas destinadas a estar juntas, y la posibilidad de vivir una vida terrenal junto a esa persona, una vida caduca, en la cual se aprecia y se vive cada momento; que para un dios es un suspiro y son incapaces de apreciar. Por ello, las diosas siguieron marcándote cada cierto tiempo, para que no fueras tan feliz y provocar que te sintieras desafortunada. Pero esa persona que entró en tu vida se propuso cambiar eso, y cada vez que te maldecían, de todas las maneras, él te amaba más, te atendía más, te miraba con más deseo y adoración; hasta que consiguió que te sintieras segura y lo aceptaras, como parte de tu lado humano, como parte de ti, y lo consideraras mas que una maldición una bendición, porque te permitió ser feliz a su lado.

LA MUERTE

No todos concebimos la muerte de la misma forma; ni la afrontamos con la misma actitud. La muerte, independientemente de que lo queramos o no está presente en nuestra vida. No solo en el momento en el que nos acercamos a ella, sino en todas y cada una de las etapas de nuestra vida. Muchas personas viven sus vidas tratando de obviarla, ocultarla o escapar de la idea de la misma. Otros, en cambio, viven de forma que nos hacen pensar que carecen de ese temor; llevando una vida de excesos y arriesgando sus vidas. Como si tuviesen la certeza de que no van a despertar al día siguiente. Podemos pensar y reflexionar sobre las distintas formas en que los seres humanos afrontamos la idea de la muerte, pero lo que verdaderamente tiene importancia para mi en este momento, y lo que me ha llevado a escribir esto, es el porqué del temor a la conclusión de la vida misma. Diariamente veo a mi alrededor a todo tipo de personas; pertenecientes, en muchos casos, a grupos socio-económicos diferentes que reflejan en sus caras o en su forma de comportarse que se sienten sumidos en una rutina de vida que les asfixia. Sienten en muchos casos verdadero hastío por su existencia. Esas personas apenas tienen tiempo de pararse muchas veces a hacer un ejercicio de reflexión sobre sus vidas; y eso, al fin y al cabo, es bueno. Es bueno porque les permite liberarse de la carga, el peso de la conciencia que ha desarrollado la especie humana ante la fugacidad de nuestra propia existencia dentro del universo. Esa es una de las razones principales por las cuales permanecen ocupados. Puesto que está más que comprobado que cuando permanecemos inactivos durante mucho tiempo tenemos más espacio para preguntarnos qué hacemos aquí. Es entonces cuando surgen muchas veces episodios depresivos o de ansiedad en personas que se encuentran en esta situación. Pero pensemos en el temor a la muerte que puede tener esa persona que está cansada de trabajar mas de diez horas al día; y que apenas puede llegar a fin de mes. O por el contrario, el temor a la muerte de una persona que no sabe qué hacer con su vida porque se siente perdida y su vida está vacía de emociones y experiencias gratificantes. ¿Cómo es posible que estas personas sientan temor a la muerte si son, a todas luces, infelices con su propia vida? Podríamos pensar que si en todo caso fueran ricos, famosos o tengamos un gran éxito en la vida estuviese más justificado ese temor a la muerte; puesto que en balance, al morir, éste último tiene mucho más que perder. Podría afirmar que nada más lejos de la realidad. En la gran mayoría de los casos estas personas con una vida “plena” están muchísimo menos pendientes de la fecha de caducidad de su existencia. Incluso existe una tendencia entre los miembros de la clase alta o adinerada de arriesgar sus vidas en actividades que, ni mucho menos, se ven obligados a hacer; consumen en muchos casos drogas o en definitiva llevan una vida en la que parecen estar continuamente retando a la muerte. Como si estuviesen tan seguros de si mismos que no existiese cabida para el temor a la muerte. Entonces, volviendo al tema que nos atañe, ¿Qué hace surgir ese temor a la muerte entre el común de los mortales? Al pensar en ello, desde mi propia existencia vital, aunque no hay sido lo suficientemente larga y rica como para ser una opinión relevante considero que la esencia de nuestro temor a la muerte se esconde en todas aquellas cosas que a lo largo de nuestra vida hemos ido soñando que nos gustaría realizar antes de morir; y nos invade el temor de que por azares de la vida nunca podamos llegar a cumplir. Pero es también el temor a no volver a ver a las personas que queremos. El temor a no oír la risa de la persona que amamos; el miedo a dejar atrás una vida, que aunque comprenda un montón de presiones y responsabilidades, sufrimientos y miedos, también guarda momentos increíbles que quedan en nuestra retina y en cada uno de nuestros sentidos. Es el miedo a dejar de emocionarse con una canción; a dejar de contemplar un paisaje que te corte la respiración. A dejar atrás, al fin y al cabo, la vivencia de tu propio mundo. Un mundo formado por tu familia, tus amigos, los lugares que frecuentas; los recuerdos de los momentos vividos e incluso el miedo a no estar presente al ver el crecimiento como personas de tus hijos o nietos. Por ello, la mejor manera de disminuir la presión de nuestro propio temor a la muerte es no darle tanta importancia a aquellas cosas que en el futuro, cuando ya no nos quede más tiempo para equivocarnos, podamos mirar a la muerte a los ojos y estar en paz con nuestra existencia al hacer retrospectiva. Debemos dedicar más tiempo a aquellas cosas que nos hagan sentir vivos; que nos den una excusa para querer seguir viviendo. Aún así, considero que el temor a la muerte, más allá de suprimirlo debe ser dominado. Debe ser enfocado hacia la consecución de todo aquello que nos aporte mejoras a nuestra vida, a la vida de nuestra sociedad. Porque si se elimina ese temor, la sociedad deja de estar alerta o concebir determinadas acciones como negativas para uno mismo o para los demás: lo cual nos podría llevar no a nuestra propia muerte, sino a la extinción de la humanidad. Aquí es cuando toma protagonismo una cuestión que se nos presenta a la hora de hablar sobre la muerte; y es la siguiente: ¿Conciben los animales la muerte de la misma forma que nosotros? Para responder a esta pregunta ha sido clave para mi entender lo último que he dicho sobre la necesidad del temor a la muerte. Está claro que ese temor es en gran parte un instinto primitivo, o de supervivencia. Es decir, como animales sociales que somos (pero animales, en definitiva) hemos desarrollado ese temor a la muerte durante nuestro periodo de existencia como “no sapiens”. Esto nos protegió durante todo el proceso evolutivo ante la extinción. Y esa es la clave del temor a la muerte que tienen los animales; es únicamente un mecanismo evolutivo de supervivencia de su especie. La diferencia con nuestro temor a la muerte, siendo seres racionales, es que ahora a ese instinto de supervivencia se le incluye un temor completa y absolutamente individualista. El ser humano ha desarrollado su ego personal de forma que su temor a la muerte ahora adquiere una forma más compleja. Ésto no quiere decir que el temor de los animales sea individualista también; puesto que cuando una cebra es perseguida va a estar concentrada en escapar del león, y no de que se salve su hermano. Pero la diferencia está en que en los grupos animales siempre existen “centinelas” que vigilan mientras los demás se alimentan, para prevenir cualquier ataque. El caso más característico es el de los suricatos. Otra gran diferencia con respecto a los animales es que los animales a lo largo de sus vidas no están preocupados o asustados por el paso del tiempo o el envejecimiento. Ni siquiera tratan de evitar esa vejez, como estamos empeñados nosotros en hacer. Para concluir, los animales están alerta ante la presencia de un depredador, o escapan cuando son perseguidos por uno que amenaza con devorarlos; y lo hacen por instinto. Nosotros vivimos en un mundo en el que hemos logrado eliminar nuestros posibles depredadores, aunque ahora lo seamos de nosotros mismos, pero por lo general cuando no nos estamos matando entre nosotros es la inevitable fugacidad del tiempo nuestra alerta ante la presencia de un posible depredador; y es la conciencia de nuestra irremediable mortalidad el depredador del que huimos con cada una de nuestras acciones.