lunes, 30 de agosto de 2010

La historia de nuestros padres

Si me parara a pensar las horas que ha invertido mi madre para tratar de contarme la historia de su vida desde que conoció a mi padre hasta que tomaron la decisión de comenzar una vida juntos y crear una familia descubriría que son más de las que parecen, y aunque de la sensación de que siempre nuestros padres nos cuentan lo mismo no es nunca la misma historia la que te cuentan cuando tienes 10 años a cuando tienes 17. Podemos atribuirlo a que se les escaparan detalles o a que tergiversaran la realidad, como suele pasar cuando cuentas algo que te ha sucedido tiempo atrás. Se adapta a la realidad del momento, es como si reviviéramos un suceso y tuviéramos la capacidad de cambiar algunos matices que hacen que la historia sea más emocionante, a la vez que le da cierto carácter mágico e intrigante que para un niño curioso y ávido por conocer la historia de su familia como yo se convierte en algo muy atrayente.
No recuerdo la primera vez que alguno de mis padres decidió contarme algo de su historia, solo puedo recordarlas; algunas que me han repetido más de una vez, otras que han sido perfiladas a lo largo de los años y otras que fueron contadas en un momento dado y que pocas veces tengo la oportunidad de que me las recuerden.
Pero lo que si se es que en mi vida he prestado mucha atención a las vivencias que me iban narrando y en mi imaginación los intentaba situar en el contexto y eso hacía que mi apego hacia ellos creciera y me interesara por seguir conociendo más y más, por lo que los alentaba para que prosiguieran y añadieran los mayores datos posibles. He llegado incluso a estar horas escuchando a mi madre contarme estas historias, pero aunque las hubiera escuchado antes, algo dentro de mi me decía que no podía pararla, tenía que dejarla seguir, porque tarde o temprano llegaría ese momento tan esperado para mí. El momento en que de sus labios surgieran: nuevos datos, nuevas personas, sucesos, aclaraciones. Todo nuevo para mí se convertía en algo sustancial, como quien está formando un puzle y está totalmente concentrado buscando una pieza que encaje en lo que ya está formado y siga completándolo de esa manera: poquito a poco, con cosas que a simple vista pueden parecer insignificantes pero que tras la mirada del protagonista se convierte en un descubrimiento asombroso.

Desconozco la razón exacta por la que me llama tanto la atención la historia de mi familia, pero cada vez que me cuentan algo nuevo mi mente recrea todas y cada una de las escenas convirtiéndome yo en un espectador del pasado de aquellos que son importantes para mí.
Yo tengo clara una cosa, y es que me es totalmente necesario conocer cada uno de los detalles del pasado de mi familia para poder entender su forma de ser, de pensar, de actuar… Nunca le damos la suficiente importancia en nuestra vida a aquello que dejamos atrás cuando pasamos una página en el gran libro de nuestra vida.
Debemos girar la vista atrás de vez en cuando y; reflexionar sobre aquello que nos hizo fallar para no volver a cometer el mismo error, añorar aquello que tuvimos y no hemos vuelto a tener, sonreír al pensar en los buenos momentos que compartimos con los que queremos y sobretodo hacerle frente a todo lo que en su momento nos provoco sentimientos de tristeza, de ira, de frustración o de impotencia para que de esta forma ahuyentemos los fantasmas del pasado que muchas veces se convierten en pesadas cargas que nos impiden avanzar en el camino y sin saberlo, no nos dejan ser libres.

jueves, 5 de agosto de 2010

Razón de ser

Un hombre vivía en una cabaña cerca del mar en plena costa del Mediterráneo, en la zona de provincias, Italia.
Era un hombre de edad avanzada, altura media, complexión fuerte y con una imagen despreocupada.
Vivía aislado de todo y de todos. Su mirada siempre estaba escondida, ya fuera por una gorra o unas gafas.
Era muy serio y callado, a todas luces se veía que escondía algo y que la razón de que estuviera en ese sitio tan alejado de la población daba a entender que quería pasar inadvertido y vivir una vida anónima.
Todos los días cogía una barca que había construido él hace tiempo para ir a pescar. Se sentía seguro en ese sitio, o al menos eso es lo que él pretendía creerse así mismo.
A simple vista se podría decir que ese hombre nunca fue nadie, nadie importante, nadie que pudiera llamar la atención entre la gente. Pero nada más alejado de la realidad, puesto que ese hombre años atrás había sido uno de los más ricos y famosos del país. Llegó a dirigir uno de los de bufetes de abogados más prestigiosos de Italia, llevando los casos de las personas más reconocidas de la alta sociedad que confiaban en su talento y su total dedicación a su labor.
Se codeaba con la alta sociedad y era invitado a las fiestas más selectas que realizaban personas del mundo del arte y la moda, además de políticos.
Tenía mucho dinero y su inteligencia hacía que sus beneficios se multiplicaran a través de inversiones y participaciones en empresas prestigiosas del país.
Por alguna extraña razón un día decidió que ese camino que estaba llevando no era el que deseaba, ni con el que había estado soñando durante su vida, algo que le resultó muy fácil de asumir teniendo en cuenta que creía que todo lo que en ese momento poseía le iba a otorgar la felicidad. Pero a medida que paso el tiempo su alma fue la primera en advertirle de que las cosas iban mal y el único modo en que se comunica el alma es a través de la mirada.
Este hombre se llamaba Benoni, su alma le gritaba todos los días que se estaba destruyendo, estaba acabando su tiempo y no había encontrado una razón de vivir. Cuando se dio cuenta no pudo aguantar más la frustración y decidió desligarse de todo lo que lo relacionaba con la vida anterior. Lo dejó todo para irse a vivir a una vieja casa que había heredado hace mucho tiempo de su padre.
Se dio cuenta de que al no haber encontrado el sentido a su vida era mejor reconciliarse con su alma, y eso solo se lo podía dar la paz y la tranquilidad que se consigue cuando uno se encuentra a sí mismo.
El vio la manera de hacerlo en esa cabaña, aunque la soledad y el silencio le ayudaban a pensar, a reflexionar y a tener la impresión de que el tiempo se detenía, cada mañana cuando se miraba al espejo se encontraba con su mirada, las puertas de su alma, y su alma le decía que aun faltaba algo por hacer…
Pero fue un día en que Benoni estaba solo en su barca cuando se dio cuenta de qué es lo que no había encontrado, qué es lo que le faltaba. Y lo que habría hecho que su existencia no tuviera valor era el amor.
Benoni se dio cuenta de que había perdido muchos años de su vida esforzándose en conseguir llegar a lo más alto y triunfar en la vida, pero para ello tuvo que alejarse de todas aquellas distracciones de la vida que pudieran perjudicar su ascenso a lo más alto.
Benoni olvidó lo que era el altruismo, no sabía lo que era hacer algo por alguien sin razón aparente. No podía permitirse noches sin dormir pensando en una persona, en su mirada, en sus gestos, en su sonrisa, en sus manos, en su pelo, en el tacto de su piel, en su manera de reír, de llorar. No podía permitirse el tener que sacrificarlo todo por eso que llaman amor y que el consideraba un obstáculo que no podía permitirse.
Lo que Benoni no supo hasta esa mañana en que pensó en el amor en su barca es que todo lo que había conseguido en su vida no le servía para nada si no tenía a alguien con quien compartir ese sentimiento de felicidad y de orgullo, de satisfacción por el éxito.
Ese sentimiento que cuando se comparte con la persona que amas se multiplica, porque el triunfo no ha sido el conseguir todo lo que te proponías en la vida, sino el conseguir que alguien sea testigo de tus logros y los tome como suyos propios, dándole felicidad a la otra persona y sobre todo el que alguien te recuerde cuando tu ya no estés, no por lo que llegaste a conseguir, sino por los sentimientos que creaste con otra persona.

miércoles, 4 de agosto de 2010

El reloj de arena

El tiempo es mucho más pesado cuando te embarga un sentimiento de nostalgia al esperar la llegada de ese momento mágico en el que dos personas que están enamoradas se encuentran tras mucho tiempo; sin escuchar su voz, sin sentir su respiración hacerse profunda hasta llegar a convertirse en un suspiro exhalado por el amante que no encuentra otra manera de expresar lo que significa tener cerca a quien consigue cortarle la respiración solo con mirarle.
De alguna forma es siempre esa eterna espera la que hace que los sentimientos se afiancen en los corazones de los amantes y los haga más fuertes y reales.
Es una fase por la que han pasado todas las parejas a lo largo de la historia y algo que es imposible de burlar, esquivar o evitar. La espera siempre va a estar presente en la analogía del amor ya que es lo que verdaderamente hace que las personas apreciemos o valoremos aquello que no tenemos o que nos cuesta conseguir ya que aquello que se nos otorga sin que se nos presente ninguna dificultad o sin que nos ponga a prueba de alguna forma, acaba convirtiéndose en algo que se nos antoja indiferente, poco valioso…por lo que acabamos perdiendo todo el interés y la pasión que nace en el momento en que dos personas descubren que sus sentimientos son recíprocos y correspondidos.
El tiempo solo puede ser vencido si estamos dotados de la fuerza de voluntad necesaria para sopesarla pese a la dura prueba que supone para el alma. Además los sentimientos tienen que ser puros y reales, y no estar contaminados por interés, egoísmo o hipocresía.
El problema de la sociedad actual es que se ha vuelto cada vez más interesada, egoísta e hipócrita.
Los sentimientos han quedado relegados a un segundo plano, además de la dignidad y el pensamiento de llevar una vida seria y correcta, que se ha sustituido por la búsqueda a cualquier coste del disfrute del momento. El tan proclamado lema, desenterrado de la antigua Roma, Carpe Diem.
El citado Carpe Diem se ha traducido en una carrera por conseguir todos los caprichos que la vida pueda otorgarte sin tener en cuenta al resto del mundo y sólo utilizándolos para su propio beneficio. De este modo el altruismo y la generosidad no son más que meras palabras que se han quedado en los sueños del frustrado idealista.
El ser humano necesita poner a prueba a su corazón exponiéndolo al dolor, el sufrimiento, la desolación y la espera.
Esta es la única manera que tiene una persona de comprobar si es capaz de, como se suele decir, hacer lo que sea por amor.
Cuando el silencio se apodera de todo a tu alrededor y no hay nada que consiga distraerte y que evite que tu mente divague y puedas escuchar claramente a tu alma susurrarte lo que normalmente es difícil que puedas escuchar. En momentos como éste estás sólo contigo mismo, y si eres valiente puedes enfrentar algunas cuestiones que se te plantean sobre ti mismo y sobre tu vida.
Pero si en la soledad y el silencio tú sientes que realmente no estás solo en este mundo, quiere decir que no hay ninguna duda de que alguien ocupa tu corazón y de que hay alguien esperando por ti en otro lugar. Por lo que además de compartir sentimientos, los seres humanos podemos compartir sensaciones pese a la distancia, y eso nos confiere la capacidad de tener una experiencia mágica e indescriptible que suele desembocar en el comienzo de un nuevo camino en el gran viaje de la vida.
Un camino que comenzará cuando las personas que esperan el encuentro, lleguen finalmente a ver los frutos de la paciencia y la voluntad inherente en el ser humano.

El miedo

A lo largo de la historia el miedo ha acompañado al ser humano, desde la creación de las primeras civilizaciones a la compleja estructura social actual.
El miedo ha servido en diversas ocasiones como medio para someter al pueblo bajo control. Sobre todo en política se puede ver que en determinados momentos de la historia, en los que el Estado necesita provocar que el pueblo esté de acuerdo en algo, como por ejemplo la necesidad de empezar un conflicto bélico con otra nación, pues se bombardea al pueblo con propaganda contra dicha nación, utilizando en algunos casos la demagogia, o quizás yendo mas lejos, utilizando el miedo, que nunca falla. Si a una comunidad se la advierte, se la bombardea en los noticiarios, periódicos, radio y demás de actuaciones producidas por la otra nación, como: destruir un poblado, violar a unas niñas, quemar una parroquia, asesinar indiscriminadamente a un grupo de personas…Todas estas noticias van haciendo mella en el espectador, que asimila todos estos datos convirtiéndolos en un odio personal, de esta forma empiezan las guerras.
También ha servido como medio de ganar dinero para algunas empresas farmacéuticas que quieren ver maximizados sus beneficios, y junto con la colaboración de los medios de comunicación y del Estado, tiene asegurado el miedo en la sociedad frente a una enfermedad contagiosa, aunque se pueda demostrar que los balances de muertes a causa de esa enfermedad no tiene ni punto de comparación con otras enfermedades infecciosas similares con las cuales convivimos diariamente.
Durante los grandes conflictos de la historia podemos ver cómo los bandos contrarios utilizaban esta arma tan poderosa como es el miedo para desmoralizar al bando contrario, por ejemplo, la tortura o la forma de exponer los cuerpos de los caídos de formas atroces e inhumanas. El acto de violar a las mujeres y niñas del bando contrario es otra forma de influir con el miedo en el bando contrario, y de desmoralizarlo. También se puede recordar cómo desde los tiempos del Imperio Romano se utilizaban tambores con sonidos estridentes para provocar miedo al bando contrario, o los gritos rabiosos de batalla por parte de las tribus bárbaras.
Durante la segunda guerra mundial en Stalingrado se utilizó un método para provocar la rendición de los alemanes, que fue el de utilizar bocinas que producían un tic tac cada cierto tiempo dando a entender al bando contrario de que se les acababan los suministros.
Pero podemos sacar esto del ámbito bélico y político y trasladarnos a la religión, donde también el miedo ha sido clave para el sometimiento de los fieles.
Desde los principios de la religión se establecía que existía un ser superior que lo dominaba todo, un ser omnipotente y omnisciente al cual se debía temer y respetar y para poder acceder después de la muerte a un lugar mejor había que seguir unas normas de conducta y evitando en todo momento el pecado que se manifiesta de diversas formas y que es castigado severamente por Dios. Otras religiones como el budismo utilizan el miedo de forma totalmente diferente, en vez de evitarlo se busca dominarlo y controlarlo.
Todo el mundo sabe lo que es el miedo. Lo localizamos en las películas que vemos en el cine de terror, cuando alguien nos da un susto, o cuando sentimos peligro por nuestra vida. Pero pocas personas se paran a pensar la importancia que tiene el miedo en la cotidianidad de nuestra vida, no se hacen una idea de la influencia que tiene sobre nosotros y lo que provoca en nosotros. El miedo es capaz de sacar lo peor y lo mejor de nosotros mismos, es capaz de sacar nuestro lado más instintivo.
En conclusión, de forma individual el miedo es algo con lo que cargamos durante toda nuestra vida. Es un saco que llenamos de aquellos miedos que nos atemorizan a lo largo de la existencia, como la muerte, la soledad, la vergüenza, el fracaso…Con todo esto cargamos durante toda nuestra vida y lo aceptamos como algo natural con lo que debemos convivir, pero que tanto nos influye durante el largo camino que debemos recorrer hasta morir.

Encuentro de sentidos

Me encontraba esperando en la puerta del restaurante a que aparecieras desde algún lugar al otro lado de la calle, y me pasé los minutos que corrían analizando las caras de las personas que delante de mí transitaban. El frio me calaba hasta los huesos y no sabía qué posición tomar para resguardarme de él. Es curioso lo que provoca en nosotros la noche y la soledad, nos agudiza los sentidos hasta niveles insospechados que están lejos de lo ordinario a lo que estamos acostumbrados. Todo sonido, luz, olor… se vuelve más significativo que nunca para nosotros y por un momento nos acercamos a los animales, que nos superan significativamente en la capacidad para utilizar todos sus sentidos.
De repente sentí un impulso desde más allá de mis sentidos que me advirtió de tu presencia desde antes de que aparecieras por la esquina y mis ojos se encontraron con los tuyos en el instante preciso. La noche estaba oscura y cargada de un aire denso que se impregnaba en todo lo que había y que envolvía todo el entorno de un cierto aura de misterio y de tensión. Quizás hayan sido mis propios sentimientos los que influyeron para que lo interpretara de esa forma, realmente no lo sé.
Cuando nos disponíamos a entrar, el acto de abrir las puertas fue un gran choque que no paso desapercibido para mí y estoy seguro que tampoco para ti. Fue esa fusión de olores, que provenían de todas las mesas que se encontraban flanqueando nuestro camino hacia la nuestra, lo que nos embargó y nos sacó del bullicio y la polución de las calles de la ciudad para introducirnos en una realidad paralela, en la cual se detiene el tiempo para satisfacer al ser humano y darle fuerzas para seguir su camino. Y es que es para nosotros la gastronomía un universo al que nos acercamos cada cierto tiempo y todo nuestro ser es consciente de la importancia que puede tener el disfrute de una velada junto a la persona que quieres y una carta sugerente, siempre capaz de sorprenderte.
Es aquí donde entra el chef, que cada mes cuando acudimos a su restaurante nos deleita con una de sus innovaciones y somos afortunados de considerarnos parte de su “comité de cata”, de forma informal claro.
Es todo un ritual lo que llevamos a cabo desde el momento en que nos sirven el plato hasta que nos los retiran, ya que nos tomamos muy enserio el hecho de degustarlo, y deben realizarse unos pasos que seguimos rigurosamente y que no siempre tenemos la oportunidad de aplicarlos en nuestra rutina diaria, debido al estrés al que estamos sometidos por el desasosiego que nos produce nuestro modo de vida.
Pero si algo debo resaltar de relevante importancia en este tipo de noches es el encontrarnos frente a frente en un lugar poco ordinario, cargado de magia, y cada cierto tiempo acercando nuestras manos de forma casual y sutil, sintiendo el leve tacto del otro, recordándonos que seguimos juntos. Aprovechando al máximo el momento, cada segundo, que provoca que de una manera u otra, se detenga el tiempo.

La espada de Excalibur


Nos pasamos la vida intentando darle una explicación a todo lo que nos pasa, todo lo que ocurre en el mundo, todo lo que vemos; e incluso lo que no vemos.
Intentamos definir cosas tan imposibles de definir como son el odio o el amor.
Vivimos atrapados en una espiral que nos absorbe y nos liquida convirtiéndonos en seres incapaces de vivir por vivir. El problema del hombre es su empeño por complicarlo todo y convertir algo tan simple como es necesitar a alguien cerca en el tormento del amor. Que nos hace débiles y vulnerables.
Cuando nos enamoramos somos incapaces de razonar y encontrar una estabilidad. Además nos preocupamos por conocer las razones por las que amamos sin comprender que no hay razón en lo irrazonable.
Los científicos se centran en analizar los efectos del amor en el cerebro de las personas. Los sociólogos se ocupan de estudiar comportamientos generales, y especular sobre los porqués del amor.
Yo he llegado a la conclusión de que el problema de estas personas es que dedican demasiado tiempo a darle lógica a nuestro mundo y mientras se están perdiendo la maravillosa experiencia de la vida, en la que cometemos errores o encontramos una persona que es capaz de llenarnos ese hueco que hasta entonces estaba vacío y no conseguíamos llenar aún llevando una vida idílica con todo lo que se puede considerar necesario para ser feliz.
Ese hueco es comúnmente localizado en el corazón o en el alma, pero sabemos que no ocupa un lugar físico y es imposible sacar algo de él como si extirpáramos un tumor.
Pero esta realidad metafísica “adimensional” e infinita en la que se encuentran nuestros sentimientos es mucho más vulnerable que cualquier parte de nuestro cuerpo y tiene una capacidad especial para regenerarse tras ser dañado o atacado de una forma que a la larga nos perjudica a nosotros mismos.
El síntoma más grave en estos casos es la perdida de fe. Una fe que es más importante que cualquier fe religiosa. Es la fe en el amor.
Estas personas se vuelven más frías y distantes, además de escépticas; y si no se curan pronto corren el peligro de que este mal evolucione y pierdan la credibilidad en cualquier persona que se les presente y toque a su puerta pidiéndoles entrar. Inmediatamente esa parte adimensional de nosotros mismos activa un sistema de defensa inquebrantable que atemoriza a la persona que ha intentado entrar en su vida.
Dependiendo de la persona y de su fuerza de voluntad además de la pureza de sus sentimientos la insistencia será mayor o menor pero llegará un momento en que la impotencia que sienten frente a esa defensa hará desistir al visitante.
Con ello la soledad será la única compañía de estas personas que han sufrido por amor, sintiéndose prisioneros de sí mismos.
De vez en cuando ocurren casos excepcionales y extraordinarios en que uno de estos visitantes consigue atravesar esa defensa supuestamente impenetrable. Lo que me hace recordar al mito de la espada de Excalibur y el joven Arturo que después de los intentos de varios fornidos hombres es el único capaz de sacarla de la roca en la que está incrustada. Esa espada era muy poderosa y no pretendía ser empuñada por cualquiera, de este modo prefería esperar hasta encontrar al adecuado.
Esto me hace reflexionar y llegar a la conclusión de que en cierta manera existe el destino, y como hay espadas que eligen quien debe empuñarla, hay corazones que eligen a quien dejar entrar y ocupar ese hueco que tanto anhelamos llenar... Porque como hay espadas especiales hay corazones que también están atrapados en una roca que las cubre.
Pero llegará el día en que el adecuado conseguirá librarlo de esa prisión. Pero para ello debe tener valor y en este mundo de paradojas suele suceder que los elegidos se ven incapaces de lograrlo y les cuesta intentarlo por miedo a fracasar…