lunes, 13 de febrero de 2017

La lluvia

Es extraño el efecto que provoca la lluvia en las personas. A menudo, cuando se habla de ella, suelen existir disparidad de opiniones a la hora de decidir si les gusta o no.
A unos la lluvia les reconforta, por ejemplo, la humedad del aire o el sonido de las gotas golpeando el marco de la ventana. Son estímulos positivos para esas personas que dicen "adoro la lluvia".

En mi caso, no sé si debido a algún trauma del pasado o si se trata de la nostalgia de un verano más que dejo atrás; pero la realidad es que la lluvia provoca en mí un sentimiento de apatía y desgana que me atrapa entre los muros y las ventanas de mi casa; y por ende, me hace sentir que se me escapa el tiempo, las experiencias no vividas ahí fuera y en definitiva, la vida.

Es también curioso como la lluvia suele desencadenarme dolores de cabeza. Hasta ahora no sé si se trata de algún efecto secundario de un traumatismo del pasado o si simplemente es producto de mi mente; pero responde así a mi rechazo al mal tiempo.

Para mí es muy aceptable que ciertas personas digan que les gusta la lluvia y que disfrutan de ella; o aquellos que se mantienen en una posición neutral y sostienen que la lluvia les gusta pero para estar tirados en el sofá de sus casas.

Lo que es innegable de todo ésto que estoy hablando es que el clima influye significativamente en el estado de ánimo de las personas. La clave para sostener esta idea viene de la gran cantidad de datos sobre índices de depresión, suicidios y adicción al alcohol en los países nórdicos y del Este. Ésto ya no se trata de una especulación o una visión subjetiva de los hechos; se trata de una realidad que viven todas aquellas personas que deben adaptarse a un entorno donde los días en invierno duran escasas horas, las temperaturas son muy bajas y si no es la lluvia es la nieve la que domina las calles durante gran parte del año.

En ocasiones he leído que el clima condiciona incluso la personalidad, y para mi es innegable que ésto es absolutamente cierto. Al igual que se ven esos índices altos de depresión en los países nórdicos, pese a tener un nivel de vida con un promedio alto y muy buenos servicios sociales.

En el caso yuxtapuesto, podría hablar del caso de Cuba. A menudo, cuando hablo de Cuba, las personas que vienen de allí coinciden en afirmar que en la isla no existe la depresión. Al principio me resultó exagerado e incluso chocante; pero cuanto más lo pensaba más razones veía para darles la razón. En cuba las condiciones de vida no son muy altas y el acceso a la mayoría de privilegios del mundo occidental es más limitado. Pero, aún así, cuando viajas a ese país y descubres sus rincones, notas el sol tostando tu piel y te infectas del buen humor y carisma de sus gentes, te das cuenta que efectivamente no puede existir la depresión en un sitio así.

En definitiva; lo que quiero decir con todo ésto es que la lluvia nos aporta infinitos beneficios para la Tierra y para nosotros mismos. Pero cuando naces y creces en un lugar donde prácticamente no sale el sol o la lluvia te impide disfrutar tranquilamente de estar en la calle, tu personalidad se configura de una forma muy diferente a la de aquellos que crecen tostados por el sol caliente, el agua templada y las calles abarrotadas de gente que se animan a compartir el buen tiempo.

Escribo ésto siendo yo mismo un canario que se siente muchas veces atrapado por la lluvia incesante que cae en la ciudad; y que no puede evitar la necesidad de que el sol brille para él haciéndole sentir en casa.

1 comentario:

  1. Tengo paraguas por si algún día(creo que pasa esto una o dos veces al año) no puedo mojarme el peinado. El resto del año nada jajaja.Bonito texto y muy reflexivo :)

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