jueves, 2 de septiembre de 2010

Las piezas de un puzle

Parece haber pasado mucho tiempo desde aquellas conversaciones que teníamos antes de conocernos en persona, en las que podíamos estar hasta entrado el amanecer hablando de las muchísimas cosas que íbamos a hacer cuando viviéramos juntos.
En aquellos tiempos montábamos pieza a pieza el gran puzle que conformaba nuestra futura vida juntos. Desde las cosas más simples y ordinarias como la repartición de tareas dentro de la casa hasta cuál sería el nombre de los hijos que íbamos a tener.
Cualquiera que tuviera constancia de esa usual práctica en nosotros, de soñar con nuestra idílica vida futura, pensaría que eran cosas de la edad, y que era muy normal que nos dejáramos llevar por la imaginación pero que no tenía ninguna importancia y que era muy posible que nunca se llegaran a hacer realidad ninguno de los sueños que en nuestras largas noches construíamos juntos, mientras en nuestros rostros se iba dibujando una sonrisa que venía sin previo aviso y sin intención de irse.
Pero hace tiempo, cuando todavía no me había atrevido a confesarle lo que ella significaba para mí, le prometí que algún día la llevaría a un concierto. Las personas que puedan leer esto no le darán la importancia que tanto para mí como para ella supone el hecho de compartir algo tan especial para nosotros como es la música.
Y ¿por qué la música? Porque fue la música la que nos unió cuando no éramos más que dos jóvenes desconocidos que decidieron mantener una conversación y descubrieron a medida que se desarrollaba la misma que compartían muchas cosas en común y que compenetraban de una forma especial.
Pues ha llegado el momento en que haga cumplir una de mis tantas promesas que fui haciéndole en todo este tiempo a la persona que ha conseguido llegar a mi corazón de una forma sin igual. Que pese a muchas circunstancias negativas y vicisitudes que se han sucedido a lo largo de estos años no ha dejado de estar en mi mente día tras día y que siempre ha existido un sentimiento ya sea ardiente o apagado, en mi corazón reservado para ella.
Ella no sabía nada de mi idea de llevarla a un concierto, pero en cuanto le he enseñado las entradas ha levantado la mirada para encontrarse con mis ojos y me ha sonreído. Me ha sonreído, con una sonrisa suave y serena pero segura a la vez que satisfecha. Esa mirada me recuerda que he conseguido hacerla feliz después de todo, y no sé si soy más feliz por compartir junto a ella tantos momentos o por ver qué puedo hacerla feliz.
Es la primera vez que vamos a un concierto y estamos los dos muy ilusionados. Sabemos que aunque sea una cosa que pueda parecer de poca importancia, para nosotros simboliza el principio de una historia en la que daremos los primeros pasos hacia un futuro que nos deparará muchas más experiencias, capaces de unirnos cada vez más.
Los dos tenemos muchos sueños por cumplir y muchas metas que alcanzar y para ello debemos trabajar muy duro y nunca rendirnos. Pero para eso nos tenemos el uno al otro, para no dejar que ninguno de los dos se rinda y para que podamos ser felices juntos habiendo conseguido lo que nos proponíamos.
Las promesas que le he hecho y que iré cumpliendo, a medida que pase el tiempo y tenga capacidad para hacerlo, serán las piezas del puzle que harán posible que nuestros sueños invadan la realidad.
Hasta entonces los dos disfrutaremos de experiencias juntos, como este concierto para que en un futuro podamos contarle a nuestros nietos como empezó todo de una forma mágica y especial. No porque así lo contaremos, sino porque así lo viviremos.

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