viernes, 22 de octubre de 2010

El cambio

¿Pueden las personas cambiar? No lo sé, realmente no lo sé. ¿Cómo podríamos saber si alguien es capaz de cambiar? O lo que es más importante: ¿Qué debemos considerar como cambio y qué no?
Las personas nacemos sin una personalidad definida, como es lógico. Pero eso sí, tenemos de nacimiento una carga genética que es de importante consideración, pues va a condicionar la forma de ser de dicha persona aún sin haber llegado a desarrollar una personalidad.
Desde la infancia hasta la adolescencia se va desarrollando la personalidad del individuo, que viene dada por una serie de condicionantes. Para empezar hay que nombrar la influencia que va a tener la educación que reciba por parte de sus padres desde que tenga uso de razón; también influirá la situación económica de su familia y por supuesto el grupo de amigos que tenga y el acceso a la cultura. Todo esto va a condicionar la personalidad en el nivel más superficial, pero los rasgos que van a caracterizarlo de forma más específica y definida van a estar intrínsecamente ligado a los genes.
Cuando llegamos a la madurez y comenzamos a entablar relaciones más complejas con otras personas, nuestros rasgos y nuestra forma de ser van a influenciar y condicionar nuestra capacidad de sociabilizarnos. Las personas con las que entablaremos amistad, o las personas con las que tengamos una relación sentimental, se ajustarán a nuestra forma de ser, y no siempre van a ser iguales, ni tendrán gustos o rasgos parecidos. Es más, es muy usual encontrarse con antagonismos entre dos personas que mantengan una relación sentimental o entre amigos. Es el equilibrio que se produce entre ellos, que se puede catalogar como “complementación mutua”, lo que permite que puedan mantenerse y ser fructíferas las relaciones de este tipo.
Podemos cambiar algunas características de nuestro comportamiento, además de pulir nuestra forma de ser. Algo que sucede con mucha frecuencia después de la adolescencia, cuando adquirimos mayor madurez y consciencia.
Pero lo que las personas no pueden pretender es dejar de ser quienes son. O que una mañana se despierten siendo aquello que desearían ser. Porque lo primero que debemos aprender en esta vida es a aceptarnos tal y como somos, para que en el momento que decidamos compartir nuestra vida con otra persona podamos aceptarla tal y como es, sin pretender que se ajuste o se moldee a nuestro gusto.
El problema de algunas personas es que no consiguen aceptarse a sí mismos y cuando se sienten solos o quieren formar una familia, lo único que buscan es que la pareja con la que estén pueda ser fácilmente manipulable. Sé que puede sonar un poco drástico e incluso inmoral, pero es la realidad que se vive en muchas relaciones. Que como es lógico no suelen llegar a un buen desenlace.
Algo que he descubierto con el paso del tiempo y al ir adquiriendo mayor madurez y consciencia de la realidad ha sido que las personas se empeñan en seguir juzgando a los demás en base a una diferenciación tan básica e incluso infantil que, considero, deberíamos deshacernos de ella con la misma facilidad con la que nos deshacemos de la inocencia durante la adolescencia. Esta diferenciación, tan conocida y usada, divide a las personas en dos categorías: Buenas y malas. Pero he aquí mi pregunta:¿ Qué criterios utilizamos para definir a alguien como una buena persona?
Es muy conocido también el dicho de que “cada persona es un mundo”; esta frase no es solo un tópico que suena bonito, es además un argumento de peso para echar por tierra ese encasillamiento “bueno-malo”. Cuando hablamos de una persona o cuando conocemos a una persona, solemos decir, en el caso de que nos caiga bien, primero algún defecto o criticamos alguna acción que nos gusta poco sobre esa persona. Pero inmediatamente, como por instinto, para no manchar la imagen de esa persona añadimos seguidamente una frase al estilo de “Pero en el fondo es buena gente” o “Es un buen chico en verdad”, como queriendo evitar lanzar un mensaje erróneo a nuestro receptor, que puede transformar las cosas que escucha sobre esa persona en una valoración simple e infantil: Es bueno o es malo.
Los filósofos han discutido durante siglos la naturaleza del hombre. Están los que afirman que somos buenos por naturaleza, mientras que otros por el contrario consideran que somos malignos.
A mi parecer no debería tan siquiera existir una discusión sobre dicho punto. Simplemente deberían recalcar los filósofos que los seres humanos, aunque cueste creerlo, no decidimos ni podemos decidir cómo somos.
Con ello no quiero exculpar a aquellos que han cometido todo tipo de atrocidades y crímenes contra nuestra misma especie. Pero sí me temo que debo justificarlos, pues todas sus acciones son explicables y porque son “víctimas” de una serie de circunstancias, en este caso adversas, que los han llevado a ser y hacer dichas atrocidades.
El origen del mal es tan científicamente y sociológicamente explicable como el origen de las especies.
Pero aquí se podría colar un debate que generaciones y generaciones llevan discutiendo y nunca han llegado a una conclusión común; ¿Es posible la reinserción en la sociedad de todas aquellas personas que han ingresado en prisión por haber cometido un delito?.
Creo que es imposible crear una fórmula mágica que transforme, cambie, moldee y adapte a esas personas que ingresan en prisión para que sean “mejores personas” y mucho menos con las condiciones en las que se encuentran los presos y lo difícil que es volver a entrar en la vorágine del mundo en el que vivimos diariamente, que en muchas ocasiones es más peligroso que esas cárceles.
En conclusión, para mí el cambio solo puede ser concebido como evolución, desarrollo o superación de uno mismo. El cambio, en el sentido que se le quiere dar hoy en día, es inviable y en algunos casos inmoral. Nunca se debe intentar cambiar la esencia de una persona, pues puede traer consecuencias irreparables.

1 comentario:

  1. uuuff!! cuanto que debatir!

    creo que la esencia de la persona a veces es necesario modificarla, esa esencia puede ser dañina para ella misma... pero vamos, magnífica reflexión!

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