miércoles, 28 de enero de 2015

La maldición de las diosas

Los dioses terminaron de hacerte en el Olimpo, con el objetivo de regalarle al mundo una mujer preciosa, con todas las cualidades y todos los detalles que te hacen perfecta. Pero eras tan bella, que muchos de los hombres comenzaron a adorarte como a una diosa, e incluso algunos dioses peleaban entre si; decidiendo si dejarte permanecer en la tierra o traerte de vuelta al Olimpo. Las diosas, al ver esto, decidieron que no podías seguir siendo perfecta y te maldijeron con una marca que aparecía al antojo de las diosas. Tú no sabías por qué te había pasado, por qué los dioses te habían maldecido con eso. Y cada vez que te salía llorabas y llorabas, y no dejabas que nadie se te acercara. Pero un día, apareció un hombre que nunca antes te había visto, pero que había oído muchas cosas de ti. Le habían dicho que eras perfecta, que habías sido hecha por los dioses, como tributo a los devotos humanos; pero no era conocedor de tu maldición. Fue hasta ti para verte aunque fuera una vez, recorriendo casi todo el mundo conocido solo para verte, y cuando te vio, tú no quisiste que se acercara, porque, desde que te maldijeron, tenías miedo de enamorarte de alguien y que te rechazara al conocer tu maldición; o de que las diosas, envidiosas, despertaran, una vez más, la maldición y alejarlo de ti. Pero él insistió de mil maneras, no se rindió por nada del mundo. Delante de tu puerta. Hasta que te atreviste a verlo, conocerlo. Aunque sentía que ya te amaba, él se enamoró al momento de ti, y tú sentiste algo diferente a lo que habías sentido por otros hombres. Y tal fue tu sorpresa y tu felicidad que te olvidaste de tu maldición. Hasta que un día las diosas contemplaron cuan feliz eras con él y no lo querían permitir. Enviaron sobre ti la maldición y lloraste como nunca; pensabas que lo ibas a perder para siempre, pero aunque él no sabía nada de tu maldición, en cuanto la vio, sonrió y miró al cielo. Tú te quedaste perpleja, no sabías si enfadarte o preguntarle por qué sonreía, pero no hizo falta. Se acercó a ti, te abrazó, tú no podías entender nada de lo que estaba pasando, y le preguntaste: "¿Cómo puedes sonreír y abrazarme después de haberme visto así?". Y él, apartándote el perfecto pelo que tenías, acariciándote tu perfecta piel, mirando tus perfectos ojos y deseando besar tus perfectos labios, dijo: "Me siento feliz porque la envidia de las diosas me ha permitido tenerte a mi lado, pues si no estuvieras marcada por la imperfección humana, ya te hubieran reclamado en el olimpo, y nunca hubieras sido mía”. Las palabras de ese hombre que viajó desde tan lejos solo para verte, y que esperó durante meses, incluso años hasta que le dejaras mirarte, te cambiaron por completo, sentiste que ya no tendrías que preocuparte por nada más, y que debías dar gracias por haber sido marcada, pues de otra forma nunca lo hubieras conocido. Tu amor hacia él creció, y llegó un momento que fue más fuerte que la maldición. Pasó mucho tiempo hasta que volvió a aparecer. Las diosas se dieron cuenta de que no solo te envidiaban porque los dioses te adoraran y te quisieran en el olimpo, sino que se dieron cuenta de que te envidiaban porque tu tenías algo que ellas no podían tener: el amor verdadero y remotamente imposible para los dioses, dos personas destinadas a estar juntas, y la posibilidad de vivir una vida terrenal junto a esa persona, una vida caduca, en la cual se aprecia y se vive cada momento; que para un dios es un suspiro y son incapaces de apreciar. Por ello, las diosas siguieron marcándote cada cierto tiempo, para que no fueras tan feliz y provocar que te sintieras desafortunada. Pero esa persona que entró en tu vida se propuso cambiar eso, y cada vez que te maldecían, de todas las maneras, él te amaba más, te atendía más, te miraba con más deseo y adoración; hasta que consiguió que te sintieras segura y lo aceptaras, como parte de tu lado humano, como parte de ti, y lo consideraras mas que una maldición una bendición, porque te permitió ser feliz a su lado.

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