viernes, 30 de enero de 2015

El ideal de belleza

Desde los primeros años de vida de una persona, y sobretodo de una mujer, somos preparados para un mundo en el que se establecen unos canon de belleza de los cuales parte nuestra catalogación hacia los demás y hacia nosotros mismos como "guapos" o "feos". Esto sucede muchas veces de forma casi subliminal; discreta, sutil.
No somos muchas veces nosotros mismos o nuestros padres conscientes que estamos asistiendo al adiestramiento de nuestros hijos para que se fijen en una chica que lleve el pelo largo y cuidado, que tenga los ojos claros o tenga una figura esbelta. Tampoco nos damos cuenta, pero condicionamos a nuestras hijas para que estén muy pendientes de su propia imagen física; y les enseñamos a cuidar esa misma imagen al comprarles "sets de maquillajes", muñecas a las cuales se les puede peinar o cambiar la ropa que lleven.

Todo ésto lo absorben las niñas y las prepara para un mundo en el que van a ser juzgadas por su aspecto físico continuamente. Pero hay algo que debemos tener en cuenta; la idea de belleza no ha sido nunca estática o inmutable. Esta idea de belleza ha variado con el paso del tiempo, y la evolución de las sociedades. Al igual que no es concebida en un mismo contexto temporal de la misma forma en distintas culturas o lugares. Y esto es importante tenerlo presente para entender lo superflua y carente de importancia que es la idea de belleza.

Cuando en la Antigüedad se observaba a una mujer con una constitución gruesa; de prominentes senos y anchas caderas, inmediatamente era catalogada como una mujer atractiva. Ésto era así porque se relacionaban estas características físicas con indicadores de feminidad y fertilidad. Actualmente, como podemos apreciar en las revistas de moda, los concursos de belleza o en nuestra propia vida diaria no se corresponde con la realidad que vivimos. La delgadez, la altura, los ojos claros o los labios gruesos son ahora algunos de los aspectos que destacan y atraen en una mujer.

Todo está influenciado por la forma en que evoluciona la sociedad; por cómo influye la opinión o los cánones que establecen las personas o los medios con poder para tener ese tipo de influencia en la sociedad. Estamos continuamente siendo manipulados por dichos grupos de influencia para que nos vistamos de una forma determinada, nos peinemos de otra o nos fijemos en aquel o aquella chica antes que en otro u otra. Otra cuestión de gran importancia para mí, que observo constantemente en mi vida o en el mundo que puedo ver a través de los medios de comunicación es el hecho de que la mujer, en este juego, no ocupa una posición igual a la del hombre. Ésto es así porque las mujeres en este mundo, como dije antes, están siendo juzgadas constantemente por su apariencia física. Y cargan sobre ella mucha más presión de la que, asumámoslo, puede llegar a soportar un hombre.

Pero esto tiene su lado positivo también; pues la belleza femenina es considerablemente más admirada y reconocida que la del hombre incluso entre las mismas mujeres. Lo cual no deja de ser un arma de doble filo. Es observable como, al igual que es valorada, la mujer está siendo juzgada por su forma de vestir o por sus características físicas constantemente por otras mujeres. Incluso me aventuraría a decir que la gran mayoría de las veces en las que se la juzga ha sido otra mujer la que ha tenido una actitud inquisitiva contra ella. Esto es algo que me resulta indignante y triste.

La mujer ha buscado en los últimos años lograr su independencia y autorrealización personal fuera de la tutela o la infravaloración de los hombres; sin darse cuenta que su mayor enemigo es ella misma. Los miedos, inseguridades, recelos y prejuicios cargan como una pesada losa sobre la espalda de la mujer, y la impide avanzar en la consecución y logro de su meta; su verdadera liberación. Un ejemplo es el mundo laboral; donde, increíblemente, todavía se antepone el aspecto físico de la empleada a la hora de ser contratada en determinados puestos de trabajo. Sus logros o fracasos en este mundo están influidos por su aspecto en una proporción absolutamente superior que en el caso del hombre. Sobre este punto, he podido observar otra tendencia que peligrosamente se está volviendo cada vez más cotidiana en el mundo empresarial. Muchas veces, cuando he trabajado o he estado en un negocio que es dirigido por una pareja o en la que la mujer del dueño tiene presencia directa o indirectamente la influencia de su opinión se plasma en la elección de las mujeres que trabajan allí. Aunque parezca algo extraño, a priori, las chicas contratadas no suelen ser atractivas. Trás reflexionarlo y observarlo en diferentes ocasiones he llegado a la conclusión de que este patrón de elección atiende a la inseguridad y recelo de la dueña o esposa del dueño; que considera una amenaza contratar a una chica atractiva. Considero que ésto es una lacra contra la que debemos luchar. Y me hace replantearme si verdaderamente las mujeres que más sufren los ideales de belleza, o los prejuicios son las "poco agraciadas". O si, por el contrario, lo son las más atractivas. Que sufren el hecho de ser valoradas por su físico y eso nuble o anule sus demás cualidades. Pero mucho más triste e indignante me resulta cuando las personas están tan influenciadas por los parámetros de belleza que se niegan a aceptar cuando se sienten atraídos por una persona que se salga de los parámetros socialmente aceptados; o que, si se dejan llevar, mantengan oculta su relación por el miedo a ser juzgados por los demás. No nos sintamos cohibidos porque consideremos que no nos encontramos dentro de lo que se encuadra como idea de belleza.

Debemos adquirir confianza y seguridad en nosotros mismos; aceptar nuestros defectos sin ocultarlos, pues querer ocultarlos sólo provoca que se hagan más visibles. Debemos potenciar aquello que nos guste de nosotros mismos y no darle la espalda a nuestro reflejo cada mañana al encontrarnos frente al espejo. Porque el secreto de la belleza está en la actitud; nuestra actitud puede ser el mayor de nuestros atractivos o el peor de nuestros enemigos. Y sobretodo, no confundamos la idea de mostrarnos atractivos con la de vestirnos de forma que, como suele decirse, dejemos poco espacio a la imaginación. La gran mayoría confunde enseñar más con ser más atractivo; y la sutileza, la erótica, se pierde en el camino.

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