miércoles, 28 de enero de 2015

LA MUERTE

No todos concebimos la muerte de la misma forma; ni la afrontamos con la misma actitud. La muerte, independientemente de que lo queramos o no está presente en nuestra vida. No solo en el momento en el que nos acercamos a ella, sino en todas y cada una de las etapas de nuestra vida. Muchas personas viven sus vidas tratando de obviarla, ocultarla o escapar de la idea de la misma. Otros, en cambio, viven de forma que nos hacen pensar que carecen de ese temor; llevando una vida de excesos y arriesgando sus vidas. Como si tuviesen la certeza de que no van a despertar al día siguiente. Podemos pensar y reflexionar sobre las distintas formas en que los seres humanos afrontamos la idea de la muerte, pero lo que verdaderamente tiene importancia para mi en este momento, y lo que me ha llevado a escribir esto, es el porqué del temor a la conclusión de la vida misma. Diariamente veo a mi alrededor a todo tipo de personas; pertenecientes, en muchos casos, a grupos socio-económicos diferentes que reflejan en sus caras o en su forma de comportarse que se sienten sumidos en una rutina de vida que les asfixia. Sienten en muchos casos verdadero hastío por su existencia. Esas personas apenas tienen tiempo de pararse muchas veces a hacer un ejercicio de reflexión sobre sus vidas; y eso, al fin y al cabo, es bueno. Es bueno porque les permite liberarse de la carga, el peso de la conciencia que ha desarrollado la especie humana ante la fugacidad de nuestra propia existencia dentro del universo. Esa es una de las razones principales por las cuales permanecen ocupados. Puesto que está más que comprobado que cuando permanecemos inactivos durante mucho tiempo tenemos más espacio para preguntarnos qué hacemos aquí. Es entonces cuando surgen muchas veces episodios depresivos o de ansiedad en personas que se encuentran en esta situación. Pero pensemos en el temor a la muerte que puede tener esa persona que está cansada de trabajar mas de diez horas al día; y que apenas puede llegar a fin de mes. O por el contrario, el temor a la muerte de una persona que no sabe qué hacer con su vida porque se siente perdida y su vida está vacía de emociones y experiencias gratificantes. ¿Cómo es posible que estas personas sientan temor a la muerte si son, a todas luces, infelices con su propia vida? Podríamos pensar que si en todo caso fueran ricos, famosos o tengamos un gran éxito en la vida estuviese más justificado ese temor a la muerte; puesto que en balance, al morir, éste último tiene mucho más que perder. Podría afirmar que nada más lejos de la realidad. En la gran mayoría de los casos estas personas con una vida “plena” están muchísimo menos pendientes de la fecha de caducidad de su existencia. Incluso existe una tendencia entre los miembros de la clase alta o adinerada de arriesgar sus vidas en actividades que, ni mucho menos, se ven obligados a hacer; consumen en muchos casos drogas o en definitiva llevan una vida en la que parecen estar continuamente retando a la muerte. Como si estuviesen tan seguros de si mismos que no existiese cabida para el temor a la muerte. Entonces, volviendo al tema que nos atañe, ¿Qué hace surgir ese temor a la muerte entre el común de los mortales? Al pensar en ello, desde mi propia existencia vital, aunque no hay sido lo suficientemente larga y rica como para ser una opinión relevante considero que la esencia de nuestro temor a la muerte se esconde en todas aquellas cosas que a lo largo de nuestra vida hemos ido soñando que nos gustaría realizar antes de morir; y nos invade el temor de que por azares de la vida nunca podamos llegar a cumplir. Pero es también el temor a no volver a ver a las personas que queremos. El temor a no oír la risa de la persona que amamos; el miedo a dejar atrás una vida, que aunque comprenda un montón de presiones y responsabilidades, sufrimientos y miedos, también guarda momentos increíbles que quedan en nuestra retina y en cada uno de nuestros sentidos. Es el miedo a dejar de emocionarse con una canción; a dejar de contemplar un paisaje que te corte la respiración. A dejar atrás, al fin y al cabo, la vivencia de tu propio mundo. Un mundo formado por tu familia, tus amigos, los lugares que frecuentas; los recuerdos de los momentos vividos e incluso el miedo a no estar presente al ver el crecimiento como personas de tus hijos o nietos. Por ello, la mejor manera de disminuir la presión de nuestro propio temor a la muerte es no darle tanta importancia a aquellas cosas que en el futuro, cuando ya no nos quede más tiempo para equivocarnos, podamos mirar a la muerte a los ojos y estar en paz con nuestra existencia al hacer retrospectiva. Debemos dedicar más tiempo a aquellas cosas que nos hagan sentir vivos; que nos den una excusa para querer seguir viviendo. Aún así, considero que el temor a la muerte, más allá de suprimirlo debe ser dominado. Debe ser enfocado hacia la consecución de todo aquello que nos aporte mejoras a nuestra vida, a la vida de nuestra sociedad. Porque si se elimina ese temor, la sociedad deja de estar alerta o concebir determinadas acciones como negativas para uno mismo o para los demás: lo cual nos podría llevar no a nuestra propia muerte, sino a la extinción de la humanidad. Aquí es cuando toma protagonismo una cuestión que se nos presenta a la hora de hablar sobre la muerte; y es la siguiente: ¿Conciben los animales la muerte de la misma forma que nosotros? Para responder a esta pregunta ha sido clave para mi entender lo último que he dicho sobre la necesidad del temor a la muerte. Está claro que ese temor es en gran parte un instinto primitivo, o de supervivencia. Es decir, como animales sociales que somos (pero animales, en definitiva) hemos desarrollado ese temor a la muerte durante nuestro periodo de existencia como “no sapiens”. Esto nos protegió durante todo el proceso evolutivo ante la extinción. Y esa es la clave del temor a la muerte que tienen los animales; es únicamente un mecanismo evolutivo de supervivencia de su especie. La diferencia con nuestro temor a la muerte, siendo seres racionales, es que ahora a ese instinto de supervivencia se le incluye un temor completa y absolutamente individualista. El ser humano ha desarrollado su ego personal de forma que su temor a la muerte ahora adquiere una forma más compleja. Ésto no quiere decir que el temor de los animales sea individualista también; puesto que cuando una cebra es perseguida va a estar concentrada en escapar del león, y no de que se salve su hermano. Pero la diferencia está en que en los grupos animales siempre existen “centinelas” que vigilan mientras los demás se alimentan, para prevenir cualquier ataque. El caso más característico es el de los suricatos. Otra gran diferencia con respecto a los animales es que los animales a lo largo de sus vidas no están preocupados o asustados por el paso del tiempo o el envejecimiento. Ni siquiera tratan de evitar esa vejez, como estamos empeñados nosotros en hacer. Para concluir, los animales están alerta ante la presencia de un depredador, o escapan cuando son perseguidos por uno que amenaza con devorarlos; y lo hacen por instinto. Nosotros vivimos en un mundo en el que hemos logrado eliminar nuestros posibles depredadores, aunque ahora lo seamos de nosotros mismos, pero por lo general cuando no nos estamos matando entre nosotros es la inevitable fugacidad del tiempo nuestra alerta ante la presencia de un posible depredador; y es la conciencia de nuestra irremediable mortalidad el depredador del que huimos con cada una de nuestras acciones.

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