miércoles, 4 de agosto de 2010

La espada de Excalibur


Nos pasamos la vida intentando darle una explicación a todo lo que nos pasa, todo lo que ocurre en el mundo, todo lo que vemos; e incluso lo que no vemos.
Intentamos definir cosas tan imposibles de definir como son el odio o el amor.
Vivimos atrapados en una espiral que nos absorbe y nos liquida convirtiéndonos en seres incapaces de vivir por vivir. El problema del hombre es su empeño por complicarlo todo y convertir algo tan simple como es necesitar a alguien cerca en el tormento del amor. Que nos hace débiles y vulnerables.
Cuando nos enamoramos somos incapaces de razonar y encontrar una estabilidad. Además nos preocupamos por conocer las razones por las que amamos sin comprender que no hay razón en lo irrazonable.
Los científicos se centran en analizar los efectos del amor en el cerebro de las personas. Los sociólogos se ocupan de estudiar comportamientos generales, y especular sobre los porqués del amor.
Yo he llegado a la conclusión de que el problema de estas personas es que dedican demasiado tiempo a darle lógica a nuestro mundo y mientras se están perdiendo la maravillosa experiencia de la vida, en la que cometemos errores o encontramos una persona que es capaz de llenarnos ese hueco que hasta entonces estaba vacío y no conseguíamos llenar aún llevando una vida idílica con todo lo que se puede considerar necesario para ser feliz.
Ese hueco es comúnmente localizado en el corazón o en el alma, pero sabemos que no ocupa un lugar físico y es imposible sacar algo de él como si extirpáramos un tumor.
Pero esta realidad metafísica “adimensional” e infinita en la que se encuentran nuestros sentimientos es mucho más vulnerable que cualquier parte de nuestro cuerpo y tiene una capacidad especial para regenerarse tras ser dañado o atacado de una forma que a la larga nos perjudica a nosotros mismos.
El síntoma más grave en estos casos es la perdida de fe. Una fe que es más importante que cualquier fe religiosa. Es la fe en el amor.
Estas personas se vuelven más frías y distantes, además de escépticas; y si no se curan pronto corren el peligro de que este mal evolucione y pierdan la credibilidad en cualquier persona que se les presente y toque a su puerta pidiéndoles entrar. Inmediatamente esa parte adimensional de nosotros mismos activa un sistema de defensa inquebrantable que atemoriza a la persona que ha intentado entrar en su vida.
Dependiendo de la persona y de su fuerza de voluntad además de la pureza de sus sentimientos la insistencia será mayor o menor pero llegará un momento en que la impotencia que sienten frente a esa defensa hará desistir al visitante.
Con ello la soledad será la única compañía de estas personas que han sufrido por amor, sintiéndose prisioneros de sí mismos.
De vez en cuando ocurren casos excepcionales y extraordinarios en que uno de estos visitantes consigue atravesar esa defensa supuestamente impenetrable. Lo que me hace recordar al mito de la espada de Excalibur y el joven Arturo que después de los intentos de varios fornidos hombres es el único capaz de sacarla de la roca en la que está incrustada. Esa espada era muy poderosa y no pretendía ser empuñada por cualquiera, de este modo prefería esperar hasta encontrar al adecuado.
Esto me hace reflexionar y llegar a la conclusión de que en cierta manera existe el destino, y como hay espadas que eligen quien debe empuñarla, hay corazones que eligen a quien dejar entrar y ocupar ese hueco que tanto anhelamos llenar... Porque como hay espadas especiales hay corazones que también están atrapados en una roca que las cubre.
Pero llegará el día en que el adecuado conseguirá librarlo de esa prisión. Pero para ello debe tener valor y en este mundo de paradojas suele suceder que los elegidos se ven incapaces de lograrlo y les cuesta intentarlo por miedo a fracasar…

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